la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
-No, no sé cómo va a acabar esto –dijiste.<br />
La otra noche estaba releyendo versos de Victor Hugo y me acordé de ti, de aquel<strong>la</strong><br />
tarde en que te ayudé a preparar un trabajo para no sé qué extraña c<strong>la</strong>se del instituto. Es<br />
apasionante su figura. Fue tantas cosas… El notable narrador que no ha dejado de pob<strong>la</strong>r los<br />
sueños infantiles de inolvidables personajes, el panfletista comprometido en el c<strong>la</strong>mor de su<br />
tiempo, el solitario de Guernesey que con <strong>la</strong> dignidad de su exilio humil<strong>la</strong> a una Corona y que<br />
con <strong>la</strong> no inferior dignidad de su retorno corona <strong>la</strong>s libertades de una sociedad moderna. Hasta<br />
esa imagen postrera –aún tengo en mis ojos aquellos grabados de La Ilustración-: un túmulo bajo<br />
el Arco del Triunfo, crespones luctuosos al viento que parecen envolver a una delirante<br />
multitud, los últimos funerales grandiosos que a un artista le hayan sido ofrecidos por sus<br />
conciudadanos.<br />
¿Sabes que Hugo –es curioso que esto casi nunca se recuerde- vivió de niño en Madrid,<br />
cuando <strong>la</strong> esperanza napoleónica? Su padre era consejero del rey José, y gozaba del marquesado<br />
de Sigüenza y del condado de Cifuentes, con estimables propiedades castel<strong>la</strong>nas. Llevaba razón<br />
Léon-Paul Fargue cuando le l<strong>la</strong>mó “<strong>la</strong> grosse cloche de <strong>la</strong> cathédrale romantique”. El mismo Hugo ya<br />
perseguía ese sueño: cuando de adolescente, escribió: “Seré un Chateaubriand o nada”. Y<br />
probablemente, cuando ya tanto se ha desvanecido, ese vendaval romántico sea lo imperecedero<br />
de Hugo, esos apasionados decorados donde da rienda suelta a su fantasía y donde imagina un<br />
misterioso pasado que es <strong>la</strong> más febril expresión del exotismo de sus sueños de niño, esos forillos<br />
fabulosos –algo parecido hay en Hitchcock- ante los que desfi<strong>la</strong>n indelebles gitanas o<br />
asombrosos desgraciados. Pero sin duda lo que sobrevivirá a todo es su poesía. Desde Les<br />
Orientales, Chants du Crépuscule, Les Feuilles D´Automne… a Les Châtments, y sobre todo ese tesoro: Les<br />
Contemp<strong>la</strong>tions. Es cierto, dijo Albouy, que Les Contemp<strong>la</strong>tions son el punto final del mundo poético<br />
anterior a 1856. Y recuerda, mi amor, que por esas fechas nacía otro libro, Les Fleurs du Mal, que<br />
abre nuestra época. Cuántas tarde te he leído poemas de Baude<strong>la</strong>ire. O aquel<strong>la</strong> tarde en que tú<br />
me leíste –eras el ser perfecto para escuchar de tus <strong>la</strong>bios esos versos- Hymne a <strong>la</strong> Beauté y Brumes et<br />
Pluies.<br />
¿Sabes, aunque parezca una boutade, lo que jamás se borrará de Hugo? Su fotografía,<br />
esa imagen venerable. Y lo que había en el fondo de su desmesura, ese afán sin límites por<br />
alcanzar lo imperecedero, <strong>la</strong> sombra del arrebato romántico. Creo que siempre estará ahí, como<br />
un faro, su pretensión de fijar el destino del poeta como <strong>la</strong> más noble instancia moral de su<br />
comunidad, porque además Hugo entona esa meditación con acentos no igua<strong>la</strong>dos después, y<br />
muy pocas veces antes. En una pa<strong>la</strong>bra, su caminar orgulloso por los desiertos de lo fantástico.<br />
De su exuberancia, de sus contradicciones, del frenesí de su vida, de su mezc<strong>la</strong> apasionada de<br />
arte y “actualidad”, de ese salir chorreando época por cada poro, de <strong>la</strong>s imágenes que esa<br />
experiencia le hizo soñar, arrancan muchos caminos que ya de alguna forma sus versos casi<br />
agotan, de Mal<strong>la</strong>rmé a <strong>la</strong> publicidad. ¿Te acuerdas de aquel<strong>la</strong> tarde en que jugamos tú a ser<br />
Esmeralda y yo Quasimodo, y tú fingías un miedo tan apetecible mientras yo daba brincos en <strong>la</strong><br />
cama como si fuera <strong>la</strong> torre septentrional de Notre Dame? Hay muchas imágenes imborrables<br />
de nuestra re<strong>la</strong>ción, de esas que lo acompañan a uno hasta <strong>la</strong> muerte y que le hacen sentir <strong>la</strong><br />
dicha de haber vivido.<br />
Esas imágenes permanecen en <strong>la</strong> memoria, como escenas de alguna pelícu<strong>la</strong>, como<br />
pasajes de algún libro, como momentos de música, calentando el alma.<br />
Las escenas de amor, esas donde nos sentíamos plenos, donde tocamos <strong>la</strong> cima de<br />
nuestra propia estima, son como si en su fuego alcanzásemos a desentrañar el más profundo de<br />
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