la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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José#María#Álvarez#<br />
Cuando termina, lo besa con cierta ternura, se viste, el tipo paga y se va; y le da un número de<br />
teléfono.<br />
Cuando Lu se ha ido, el tipo se sienta a beber un whisky viendo por <strong>la</strong> ventana <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong><br />
del Chrisler Building (que siempre me ha gustado mucho). No tiene sueño y se pone a releer un<br />
poco de Look at the Harlequins. ¿Te gusta? No me dirás que no hay private jokes, como en <strong>la</strong>s<br />
pelícu<strong>la</strong>s de Truffaut.<br />
Hace unas noches estuvimos cenando con tus padres. Tuve en <strong>la</strong> sobremesa una <strong>la</strong>rga<br />
discusión con tu madre. Estaba obstinada en que el proceso cultural español había traicionado<br />
todas <strong>la</strong>s esperanzas acumu<strong>la</strong>das en <strong>la</strong> abolición de <strong>la</strong> dictadura, y que ahora los escritores -lo<br />
mismo que el resto del personal, le dije yo- no tenían ya meta alguna sino el dinero. Hasta ahí<br />
llevaba razón, pero de cualquier forma éste es un proceso no sólo español y además se remonta<br />
a más de un siglo. Ya sabes lo poco que me gusta discutir sobre estos temas. Pero se enzarzó en<br />
una idea de <strong>la</strong>s que me molestan por su sandez. Según tu madre, durante <strong>la</strong> dictadura el talento<br />
fue tan amordazado en España que acabaron por asfixiarlo.<br />
No. Jamás se consigue. El que había, bril<strong>la</strong>ba. Como el que ahora puede haber.<br />
Siempre luce. Lo que ha sucedido es que no hubo ni hay demasiado.<br />
Pero ni un signo en el paisaje sórdido de aquel<strong>la</strong> España hacía prever florecimiento<br />
alguno posterior de vincu<strong>la</strong>rlo a causas políticas tan sólo. El franquismo fue fruto del<br />
rastacuerismo de nuestra endémica mediocridad (de <strong>la</strong> que su abyección no era sino una forma<br />
más) y <strong>la</strong> cultura que se reivindicaba como subversión no fue nunca un desafío profundo, sino <strong>la</strong><br />
más tosca veneración de una sensibilidad artística rudimentaria: lo peor de ciertos<br />
sudamericanos, el marxismo más zafio, un pasado reciente donde el a<strong>la</strong>rde cosmopolita era don<br />
Antonio Machado, esa l<strong>la</strong>mada generación del 27 que, si exceptuamos algún verso de Lorca,<br />
Aleixandre, Cernuda y Alberti, no merece más de unas líneas en alguna historia estimable… Le<br />
dije a tu madre que bajo el franquismo escribían y publicaban: el último Baroja, Ortega, García<br />
Gómez, Aleixandre, Cunqueiro, P<strong>la</strong>, Jaime Gil de Biedma, Ce<strong>la</strong>, Espriu… y que leíamos<br />
muchas obras editadas fuera, de nuestros exiliados y de escritores de todos los países. No. Los<br />
escritores de verdad escribían, y los que hay ahora siguen haciéndolo. Y de todas formas es<br />
mucho más un problema de “intermediarios” (toda esa gentuza que ha ocupado prensa, radios,<br />
televisión, editoriales, y que propaga <strong>la</strong> inmundicia de su arbitrio) que de creadores. Le dije a tu<br />
madre que <strong>la</strong> Literatura, cuando más en peligro estaba, era precisamente ahora. Ahora sí<br />
pueden acabar con nosotros. Entre otras cosas porque <strong>la</strong> “intelectualidad” actual es <strong>la</strong> primera<br />
en co<strong>la</strong>borar por cuatro pesetas en su propia extinción. Lo que es impresentable, le dije, es<br />
España, y el mundo, y el artilugio de su gusto. Nadie ha domesticado nunca en <strong>la</strong> Historia tanto<br />
a los escritores, y no sólo a los escritores, sino a <strong>la</strong> sociedad entera, como <strong>la</strong> democracia.<br />
Tu madre me acusó –llegó a ponerse impertinente- de no denunciar entonces esa doma<br />
con el mismo ardor que opuse al régimen desaparecido. Le dije que me parecía vano, que<br />
seguramente fue un error haber perdido tiempo contra aquéllos, y que, a fin de cuentas, como<br />
decía Stendhal, los arrebatos, salvo los de media hora y por <strong>la</strong>s mujeres, son propios de<br />
bárbaros. Me miró –y te digo esto porque me hizo pensar en que sospechaba algo (hemos<br />
fingido muy bien estos años, tú y yo, pero es acaso imposible que no se nos haya notado)- y me<br />
dijo:<br />
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