la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
Respirábamos entrecortadamente. Mis manos acariciaban tus pechos, tus costados, tus<br />
caderas, tus muslos. De pronto me tomaste <strong>la</strong> cabeza entre tus manos, y mirándome fijamente –<br />
como debía fulminar el basilisco- me dijiste:<br />
-¡Cuánto tiempo crees que se puede aguantar esto!<br />
Yo noté algo que ya no era acaso deseo, sino furia, furor, como si un puño lleno de odio<br />
me tomase y arrancándome de mí mismo me <strong>la</strong>nzase contra <strong>la</strong> obscuridad. Sentí en mi carne<br />
ese <strong>la</strong>tigazo he<strong>la</strong>do de saber que desafías algo que es imposible comprender, esa carnicería que<br />
es imposible evitar. Tus pa<strong>la</strong>bras me destazaban como machetazos. De pronto me di cuenta de<br />
que estábamos locos.<br />
Te tomé en mis brazos y te besé lleno de angustia y de dicha. Era como si un sol<br />
estuviera dentro de mí expandiéndose. Te arrojé sobre <strong>la</strong> arena y monté sobre tu cuerpo. Te<br />
c<strong>la</strong>vé contra el suelo. Las o<strong>la</strong>s nos salpicaban y una humedad fría parecía recorrer a flor de piel<br />
aquel<strong>la</strong> arena con cada o<strong>la</strong>, bajo nuestros cuerpos, como si fuese envolviéndonos el helor de <strong>la</strong><br />
muerte. ¡Dios, cómo te deseé! Mi pol<strong>la</strong> se hundió en ti brutalmente, y en el silencio de aquel<strong>la</strong>s<br />
oril<strong>la</strong>s nuestros gritos y jadeos se fundían, ciegos como ellos, con el viento y el rumor del oleaje.<br />
Tú me arañabas, me mordías, golpeabas <strong>la</strong> arena con tus piernas y tu espalda, y tu culo se<br />
hundía en aquel<strong>la</strong> masa b<strong>la</strong>nca y mojada y fría. Cuando sentí venir hasta en mis venas, en cada<br />
poro, un p<strong>la</strong>cer que me abrasaba el vientre, te aferré por <strong>la</strong>s caderas y c<strong>la</strong>vé mi verga todo lo<br />
hondo que podía. Tú golpeaste <strong>la</strong> arena con tu cabeza y diste un a<strong>la</strong>rido que era un estertor.<br />
Cuando sentiste que mi leche se derramaba en tus entrañas, c<strong>la</strong>vaste tus uñas en mi cuello y <strong>la</strong>s<br />
bajaste rasgando mi espalda hasta <strong>la</strong> cintura como <strong>la</strong> zarpa de un animal furioso. Sentí mi piel<br />
abrirse y el calor de mi sangre. Pero eso me excitó más aún. Sin sacárte<strong>la</strong>, continué<br />
moviéndome dentro de ti, noté como c<strong>la</strong>vabas tus dedos en <strong>la</strong> arena, y golpeé, golpeé,<br />
frenéticamente, y me corrí otra vez, y tú también, y fuimos un amasijo de carne dolorida y<br />
esplendorosa que se revolcaba en un espacio que ya no era de este mundo.<br />
Nos amamos varias veces aquel<strong>la</strong> noche. Y cada una fue un paso más hacia <strong>la</strong> perdida<br />
de nuestra identidad, un paso más en el interior mineral e inmóvil de <strong>la</strong> demencia. Un abrazo<br />
salvaje, como una so<strong>la</strong> carne, dolorida, traspasada, esplendorosa, avasal<strong>la</strong>dora y letal. Yo estaba<br />
empapado. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Escuché un aleteo: eran <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s de <strong>la</strong><br />
gloria.<br />
Mientras regresábamos a nuestros bungalows –con lumbre de delirio en nuestros ojos y en<br />
nuestros cuerpos- recordé aquellos versos de The Tempest:<br />
And there is in this business more than nature<br />
Was ever conduct of. Some oracle<br />
Must rectify our knowledge.<br />
Ya no tuvimos más ocasiones de estar a so<strong>la</strong>s hasta que regresamos a España.<br />
Hace un par de meses me sucedió una experiencia estremecedora. Me encontré con un<br />
fantasma del pasado. Nunca te he hab<strong>la</strong>do de el<strong>la</strong>.<br />
La historia con Elena es de <strong>la</strong>s que pueden conducirle a uno a <strong>la</strong> camáldu<strong>la</strong>. La conocí<br />
cuando yo tenía veintitrés o veinticuatro años, estaba recién casado y era feliz. Elena era hija de<br />
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