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la esclava instruida - José María Álvarez

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José#María#Álvarez#<br />

(Deanne era una amiga fotógrafo de prensa que vivía, y vive, en <strong>la</strong> 62 E.)<br />

-No hay cambios en los recitales. El viernes tienes el primero en el Spanish Institute.<br />

-Al menos <strong>la</strong> gente irá arreg<strong>la</strong>da –dije.<br />

-Das otro, el lunes, en <strong>la</strong> Universidad de Columbia. Y luego…<br />

-¿Luego? –me incorporé inquietísimo.<br />

-Es poca cosa –ordenaba como quien te ha comprado el alma-. Luego vas a Charlotte,<br />

en North Carolina. Allí te estarán esperando Susan y Gene –(Susan era mi traductora y, a su<br />

vez, poeta; Gene era su marido, un buen concertista de piano)-. Te he contratado unas<br />

conferencias en Rock Hill.<br />

-Eres maravillosa. –Y lo pensaba-. No sueñas más que con mi felicidad.<br />

-Ellos te llevarán a Rock Hill. Das <strong>la</strong>s conferencias en el Winthrop College. Y después,<br />

vuelves.<br />

Al día siguiente estaba de nuevo vo<strong>la</strong>ndo. Detesto el Atlántico. Siempre me da <strong>la</strong><br />

impresión de penetrar en un p<strong>la</strong>neta he<strong>la</strong>do. Varias copas y <strong>la</strong> reconfortante relectura de A<br />

Midsummer Night´s Dream me ayudaron en <strong>la</strong> empresa. Después empecé a ver <strong>la</strong>s costas<br />

americanas. Un par de horas más tarde estaba en el Kennedy. Tomé un taxi y fui a casa de<br />

Deanne. Deanne no estaba, había ido a Menorca a hacer un reportaje, pero el portero me dejó<br />

entrar. Me instalé. Empecé a l<strong>la</strong>mar por teléfono con el fin de evitarme una noche newyorkina a<br />

so<strong>la</strong>s, pero casi todas mis conocidas tenían ya citas concertadas. Por fin, una vieja amiga,<br />

anticuaria en <strong>la</strong> Tercera, respondió a mis aullidos. Cenamos en Little Italy y nos fuimos a <strong>la</strong><br />

cama.<br />

Ange<strong>la</strong> –así se l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> anticuaria- era una mujer muy hermosa. No era joven, pero<br />

los años habían dejado en el<strong>la</strong> un velo sutilísimo de encanto, como esa pátina de <strong>la</strong>s viejas obras<br />

de Arte. Yo recordaba su coño inmenso, generoso, uno de los coños más peludos que he visto en<br />

mi vida; el pelo no sólo era abundante, sino <strong>la</strong>rgo, y, en el centro de aquel<strong>la</strong> cabellera como<br />

peinada con raya en medio, sobresalía un clítoris en forma de tacón de zapato tan grande como<br />

mi dedo gordo. Durante toda <strong>la</strong> cena estuve imaginando aquel coño. Pero cuando llegamos a<br />

casa y se desnudó, oh deso<strong>la</strong>ción, aquel<strong>la</strong> espesura sagrada se había convertido en una superficie<br />

lisa, absolutamente pe<strong>la</strong>da, monda y lironda, con cierto tacto de piel de pollo desplumado.<br />

-¡Dios! –grité.<br />

El<strong>la</strong> se miró el Monte de Venus, pultáceo, como muy ufana de su obra.<br />

-Me lo han afeitado. ¿Te gusta? Es más agradable.<br />

-Varum et mutabile semper femina –dije yo, recordando a Virgilio.<br />

-Se lleva mucho –dijo orgullosísima del paisaje lunar.<br />

Se tumbó en <strong>la</strong> cama y abrió <strong>la</strong>s piernas. El clítoris emergía ahora de aquel desconcierto<br />

como <strong>la</strong> pichita de un niño, sonrosado y titi<strong>la</strong>nte.<br />

-Cómeme el coño –dijo.<br />

# 21#

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