la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
Las luces de Istanbul; y cuando dimos <strong>la</strong> vuelta, a lo lejos, <strong>la</strong>s que se extienden ya en<br />
Asia, Üsküdar. Única ciudad del mundo sobre dos continentes, cosmopolita, deseada, reina de<br />
esa belleza turbadora que quizá sea cuanto podamos sentir del vasto orden o de <strong>la</strong> he<strong>la</strong>da<br />
mirada del Destino, Istanbul se nos ofrecía.<br />
Te volviste hacia mí. Tenías lágrimas en los ojos. Me besaste.<br />
-Te quiero –dijiste-. Te quiero mucho.<br />
Te tomé en un abrazo en el que vendía mi alma entera. Te apoyé en <strong>la</strong> barandil<strong>la</strong> y te<br />
besé. Tú hundiste tu rostro en mi cuello abrazándome también con un ligero estremecimiento.<br />
Metí mis manos por debajo de tu falda y ascendí acariciando tus muslos, tu culo, metí mis dedos<br />
bajo el borde de tu braguita y sentí que tenías el coño muy mojado. Te quité <strong>la</strong> braguita, me<br />
saqué <strong>la</strong> verga y sosteniéndote en mis brazos, te <strong>la</strong> hundí violentamente. Tú gemiste.<br />
-Oh, mi amor. Clávame contra esta ciudad –exc<strong>la</strong>maste.<br />
Yo notaba mi pol<strong>la</strong> como si quisiera estal<strong>la</strong>r; casi me dolía. Tiesa, dura y gorda como<br />
pocas veces <strong>la</strong> he sentido. Empujé con ímpetu.<br />
-Clávame aquí, para siempre –suspirabas-. Que no volvamos nunca a España. No<br />
quiero. Quiero estar siempre contigo. ¡Así! ¡Así! ¡Así!<br />
Yo supe que algo, que no venía sólo de mi cuerpo, sino de siglos, desde más allá del<br />
origen tenebroso y reptante de <strong>la</strong> especie, se abría paso en mi carne, llenaba mi pol<strong>la</strong> y estal<strong>la</strong>ba<br />
en un chorro hirviente y brutal dentro de tu cuerpo. Te contrajiste y gritaste. Yo di varios<br />
empellones violentos, salvajes. Tú gemías y te apretabas a mi cuerpo.<br />
-¡Sí, sí, sí, sí, sí, sí…! ¡Ahora, sí…! ¡Me corro, ah, me corro…! ¡Sí, sí, sí… oh…! ¡Mi<br />
amor, mi amor, mi amor…!<br />
Nos quedamos abrazados mientras mi pol<strong>la</strong>, palpitando como un corazón, iba<br />
reduciéndose dentro de tu cuerpo.<br />
-Te quiero –te dije.<br />
-Yo también te quiero. No puedo vivir sin ti.<br />
-Esta es <strong>la</strong> verdad más profunda –te dije-. Cuando yo noto mi pol<strong>la</strong> tiesa dentro de ti, y<br />
tú <strong>la</strong> notas, dura, y yo noto tu coño caliente y húmedo envolviéndo<strong>la</strong>. Cuando nos besamos y<br />
nuestras lenguas inundan nuestras bocas. Cuando llega ese instante asombroso, el mi<strong>la</strong>gro del<br />
orgasmo, y tú notas el chorro caliente de mi leche dentro de tus entrañas, y yo noto <strong>la</strong>s<br />
contracciones de tu coño.<br />
Cuando nos serenamos un poco, dimos otra vuelta contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> ciudad desde aquel<br />
balconcillo, bajamos y nos dirigimos al hotel.<br />
Pero no era sólo aquello lo que yo quería que te llevaras en <strong>la</strong> memoria. Quería que <strong>la</strong><br />
ciudad se hiciera carne tuya. Y en los días que siguieron nos pasaron algunas cosas que muy<br />
bien te enseñaron qué era, en qué consistía esa sabiduría a<strong>la</strong>mbicada por los siglos, el alma de<br />
Istanbul.<br />
# 102#