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la esclava instruida - José María Álvarez

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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />

Te tumbaste en <strong>la</strong> cama y cerraste los ojos. Como hab<strong>la</strong>ndo contigo misma, sin abrirlos,<br />

en voz baja y muy sensual, me dijiste:<br />

-Pero no hay nada como tu pol<strong>la</strong> cuando <strong>la</strong> siento correrse en mí. –Y te re<strong>la</strong>miste–.<br />

Ummmmmmm… Bueno, sí… Tu lengua cuando me acaricia el clítoris. Es mucho más fuerte.<br />

¿Sabes que no se puede soportar?<br />

¿Cómo poder vivir ahora sin tu hermosura, tu gracia, tu risa, el f<strong>la</strong>mear de tu pelo, tus<br />

ojos azules y <strong>la</strong>scivos, tus <strong>la</strong>bios siempre un poco húmedos? ¿Cómo vivir sin acariciar tu cuerpo,<br />

templo de mi locura, tu coño, puerta del Más Allá de Todo entre esos muslos abiertos como los<br />

seres que soñó Canova para <strong>la</strong> Este<strong>la</strong> de los Estuardo de San Prieto? Cuantas horas he pasado<br />

contemp<strong>la</strong>ndo ese prodigio, mientras Billie Holiday nos acompañaba. Una tarde estuviste<br />

escuchando una vez y otra sin cesar I Can’t Give You Anything but Love, una vez y otra, mientras<br />

bebíamos coñac tumbados en <strong>la</strong> cama.<br />

-Como el<strong>la</strong> dice –me susurraste-, es lo único que podemos darnos. No nos podemos dar<br />

más. Pero esto, sí. Y quizás es suficiente.<br />

Sí, tu coño era, es, mi Dios, y tú adorabas mi pol<strong>la</strong>. Aquellos polvos <strong>la</strong>rgos, <strong>la</strong>rgos,<br />

lentos, en los que ibas corriéndote una vez tras otra hasta quedar exhausta… Aquel<strong>la</strong> tarde me<br />

dijiste:<br />

-No me importaría que se acabara el mundo ahora mismo. O morir, que es lo mismo.<br />

Morir con tu pol<strong>la</strong> dentro, caliente, dura, notándo<strong>la</strong> hasta el estómago.<br />

Sí, amor mío: no hay nada en este mundo, no hay estado del alma, de <strong>la</strong> inteligencia, de<br />

los sentidos, como esa pasión que nos deificó. El amor, el p<strong>la</strong>cer, el juego de los sentidos, <strong>la</strong><br />

inteligencia como pasión, el Arte, fueron nuestros espejos. Apostamos siempre por el dulce<br />

deseo. Nuestras horas estaban teñidas de sexualidad, de deseo, de máscaras, de ambigüedad, de<br />

juego. Éramos puro juego. Los juegos son los bienes del amor. Sabíamos que no teníamos<br />

límites, nunca desoímos los instintos, ese instinto que olfateaba nuestra identidad de origen, de<br />

c<strong>la</strong>se, de gustos, de educación y de destino. Creo que no hubiéramos deseado otra c<strong>la</strong>se de<br />

amor, ese otro sereno, tranquilo, ese que acaso es el único pacto posible con <strong>la</strong> soledad. Nosotros<br />

nos entregamos al relámpago.<br />

Cuántas veces recuerdo los días que pasamos en Cuba, cuando tus padres –tu madre<br />

siempre ha conservado un ascua del turbio síndrome “progre” de los sesenta y “necesitaba” ir a<br />

Cuba; pero qué bien nos vino a nosotros esa nostálgica ve<strong>la</strong>dura revolucionaria- se empeñaron<br />

en unas vacaciones tropicales. Yo les aconsejé Jamaica, que tiene simi<strong>la</strong>r brío pero formas de<br />

gobierno más llevaderas. Como vi que no lograba convencerlos, y además Beatriz también<br />

quería ir por esa zona, decidimos <strong>la</strong>s vacaciones juntos. Tú y yo disfrutamos como locos<br />

pensando mil tácticas de evadir su vigi<strong>la</strong>ncia y poder gozar a so<strong>la</strong>s de aquel<strong>la</strong>s delicias. Cuba es<br />

tan hermosa, y pese al gobierno que padece, el lujo de carne en sus calles y noches subsistía<br />

bastante ardoroso. Nos insta<strong>la</strong>mos en el viejo y deteriorado Hilton (al que había cambiado el<br />

nombre por un cursilísimo Habana Libre) y nos dedicamos, yo a ver a algunos amigos (Lezama<br />

Lima desgraciadamente había muerto), vosotros a conocer <strong>la</strong> ciudad, y todos juntos a bai<strong>la</strong>r y a<br />

beber como sólo se bebe en los trópicos más desencadenados.<br />

En mi recuerdo los días de Cuba son fosforescentes. Imágenes violentas, en ocasiones<br />

como ve<strong>la</strong>das por un vaho húmedo. Tu madre era feliz, evocando sus años juveniles (cuando era<br />

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