la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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José#María#Álvarez#<br />
sujetadores, y nos encerramos en un probador. Fue maravilloso verte cambiarte, <strong>la</strong> fina <strong>la</strong>scivia<br />
de tus movimientos, mientras escuchábamos <strong>la</strong>s voces en los probadores de al <strong>la</strong>do y en el<br />
pasillo. Con gestos muy coquetos te chupaste un dedo y empezaste a acariciarte. Cuando ya me<br />
habías excitado, me abrí el pantalón y me senté en el banquito del rincón. Te sentaste sobre mis<br />
piernas, mirándome, y poco a poco fui metiéndote<strong>la</strong>. Mordías un braguita para no hacer ruido.<br />
Pero creo que de todas formas nuestros jadeos debían de escucharse afuera. Yo veía tu espalda y<br />
tu culo en el espejo moverse frenéticamente. Alguien tocó en <strong>la</strong> puerta del probador.<br />
-¡Está ocupadísimo! –gritaste, sofocando apenas una carcajada-. ¡Lo tengo ocupadísimo!<br />
Los dos nos echamos a reír. Me mordiste en el cuello y seguiste moviéndote. El roce de<br />
tus muslos en los míos, <strong>la</strong> caricia de tu coño, el cosquilleo del pelo de tu pubis en mi vientre, y tu<br />
lengua que jugueteaba con mi oreja. De pronto te aferraste a mis brazos y mordiéndome el<br />
cuello: “¡Oh, Dios!”, exc<strong>la</strong>maste. “¡Me estoy corriendo! ¡Sigue, sigue! ¡Oh, Dios, qué gorda <strong>la</strong><br />
tienes esta tarde! ¡No te pares! ¡No te pares! ¡Sigue! ¡Sigue!”.<br />
Yo noté esa especie de puñetazo en <strong>la</strong> verga, hacia arriba, que tanto adoro, y me corrí<br />
contigo. Empezamos a reírnos como locos. Después nos compusimos y salimos, antes <strong>la</strong>s caras<br />
estupefactas de los compradores que no se atrevían a suponer qué había sucedido en aquel<br />
probador.<br />
Fue fantástico.<br />
¿Y <strong>la</strong> tarde del hielo? ¿La recuerdas? Un día me dijiste que habías visto una pelícu<strong>la</strong> –<br />
Nueve semanas y media- y que te había puesto muy cachonda <strong>la</strong> escena en <strong>la</strong> que el chico acaricia a<br />
Kim Basinger con los cubitos de hielo.<br />
-Me mojo de pensarlo –dijiste.<br />
-¿Quieres que lo hagamos? –te dije yo.<br />
-¡Sí, sí, sí…! –exc<strong>la</strong>maste ansiosa.<br />
-Ven –te dije. Y te acostaste junto a mí.<br />
-Quiero que se te ponga enorme –me dijiste, y tu mano me apretó <strong>la</strong> pol<strong>la</strong> a través del<br />
pantalón. Y me <strong>la</strong> mordiste. Sentí tus dientes prensar <strong>la</strong> frane<strong>la</strong>.<br />
-Espera –te dije-. Espera.<br />
Te dejé en <strong>la</strong> cama y traje unos cubitos de hielo.<br />
-Voy a hacer igual que en <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> –dije. Me mirabas divertida. Primero te voy a<br />
vendar los ojos, -Y te cubrí con un pañuelo; me acuerdo: era azul pálido. Tu rostro, de pronto,<br />
cambió. Eras algo misterioso, inquietante. Sin tus ojos, eras lo desconocido. Una boca glotona,<br />
sensual, maravillosa, se entreabría deliciosa bajo aquel pañuelo. Te acosté y empecé a<br />
desnudarte muy despacio. Te quité <strong>la</strong>s botas y besé tus pies, y fui subiendo, besando despacio,<br />
todo tu cuerpo. Tu imagen, desnuda sobre <strong>la</strong> cama, con los ojos cubiertos, me excitó mucho.<br />
Besé el pelo de tu pubis. Y arrodillándome a tu <strong>la</strong>do, empecé a acariciar con el hielo tus <strong>la</strong>bios.<br />
Tu lengua salía de tu boca intentando <strong>la</strong>mer el cubito; tus <strong>la</strong>bios temb<strong>la</strong>ban. Despacio fui<br />
bajando –<strong>la</strong>s gotas he<strong>la</strong>das caían sobre tu cuello- y rozando apenas tu garganta toqué<br />
suavísimamente tus pezones. Te estremeciste comp<strong>la</strong>cida. Fui moviendo el hielo en círculos<br />
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