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la esclava instruida - José María Álvarez

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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />

como los turcos habían asentido a <strong>la</strong> gloria de su destino en tomar <strong>la</strong> capital del mundo y los<br />

soldados del Agui<strong>la</strong> Imperial en el suyo de perder<strong>la</strong>.<br />

-Más de tres mil años tienen los huesos encontrados en Kadiköy –te dije-. Supongo que<br />

más o menos esos años, y cuanto en ellos ha sucedido, victoria y muerte, catástrofes y esplendor,<br />

<strong>la</strong> más depurada sabiduría, es lo que hay en los ojos de este niño.<br />

Quería que comprendieses eso y que no lo olvidaras nunca.<br />

Al día siguiente fuimos otra vez al Gran Bazar. Yo conocía de algunas transacciones en<br />

años anteriores (y debo decir que todas muy convenientes para mí, y sin duda que para él) a un<br />

anticuario. Nunca supe si era judío. Hab<strong>la</strong>ba, como todos aquellos comerciantes, todas <strong>la</strong>s<br />

lenguas necesarias, su educación era esmerada y su conversación fluida e inteligente. Después de<br />

recibirme con <strong>la</strong> amabilidad de costumbre, tras un rato de conversación, nos mostró algunas<br />

piezas que pensó podían convenirme. Cuando viste aquel<strong>la</strong>s aguamarinas, te quedaste fascinada<br />

por su perfección. Convinimos un precio, lo que se llevó dos horas de té, licores y derivaciones<br />

históricas en una conversación por donde transitaron a sus anchas desde Salgari a Gavrilo<br />

Princip con algún recuerdo a <strong>la</strong> emperatriz Carlota. Estabas hechizada por aquel ritual; me di<br />

cuenta de que te emocionaba tanto como <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de un Bronzino. Cuando, con <strong>la</strong><br />

seguridad de haber hecho un buen negocio, regresamos al hotel, comentamos en <strong>la</strong> joyería de <strong>la</strong><br />

entrada <strong>la</strong> calidad de <strong>la</strong> transacción. El joyero <strong>la</strong>s examinó, y ya cierto rictus me produjo un<br />

inicial escalofrío. Fue tajante: falsas.<br />

A <strong>la</strong> mañana siguiente, cuando fuimos con todo el grupo a visitar el Gran Bazar, nos<br />

despistamos y corrimos a deliberar con mi amigo. Nada más vernos entrar y antes de que<br />

mediara pa<strong>la</strong>bra (y buen cuidado tuvimos –Sonríe, te dije- de entrar como si no pasara nada)<br />

algún gesto imperceptible debió de bril<strong>la</strong>r en sus ojos, y que alguien que nosotros no veíamos<br />

estuviera preparado para obedecer, o tocaría algún timbre secreto, pero lo cierto es que no<br />

habíamos acabado nosotros de poner los pies en el establecimiento cuando dos o tres turcos de<br />

poco edificante catadura cerraron como una cortina de ferocidad <strong>la</strong> salida del local. Me miraste<br />

un poco asustada. Yo lo saludé como si nada, y volví a una vaga y por momentos tensa<br />

conversación, esta vez sobre los problemas del marfil en Kenya y después acerca de <strong>la</strong> pael<strong>la</strong>,<br />

hasta que di paso sutilmente al tema que me alteraba, y le dije algo así como: “Esto seguramente<br />

tendrá una solución que yo pueda aceptar, etc.”. el caballero, mirándote a ti y sonriéndote,<br />

aseguró sin inmutarse que aquel<strong>la</strong>s aguamarinas eras portentosas y que quien nos hubiese<br />

indicado lo contrario, mentía. Comenzamos a empecinarnos mientras me hacías señas de poner<br />

pies en polvorosa. Para mí era cuestión de principios, pero conforme subía el tono de mi voz (<strong>la</strong><br />

suya hay que decir que en momento alguno se alteró) uno de los jenízaros empezó a pasear a mi<br />

espalda. Yo empecé a ver terror en tus ojos, y a descubrir en mi voz otro temblor no lejano al<br />

pánico. Estoy convencido que aquel buen amigo hubiera dado <strong>la</strong> orden de rebanarnos el<br />

pescuezo con <strong>la</strong> misma indiferencia y quizás estimación con que me había proporcionado en<br />

otras ocasiones valiosas prendas y en esta última un notable timo. Opté por indicar que<br />

aceptaría cualquier arreglo que suavizase <strong>la</strong>s dimensiones del fraude. Aquello, para tu<br />

tranquilidad (además, el grupo debía de estar buscándonos), se materializó en un cambio de <strong>la</strong>s<br />

aguamarinas por unas turquesas de gran belleza, por <strong>la</strong>s que tuve además que desembolsar unos<br />

cuántos dó<strong>la</strong>res, única moneda que aquel taimado se esforzaba en aceptar. Pensé en regalárte<strong>la</strong>s<br />

para que tuvieses –aunque escondido- algún recuerdo mío de aquellos días. Pero el joyero del<br />

hotel fue mucho más inequívoco en su dictamen cuando <strong>la</strong>s inspeccionó:<br />

-Aún peor que <strong>la</strong>s otras –nos dijo.<br />

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