la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
desafíos con Ing<strong>la</strong>terra, <strong>la</strong> Marca que proc<strong>la</strong>ma Berwick, en <strong>la</strong> desembocadura del Tweedy, bajo<br />
<strong>la</strong> luz sombría de <strong>la</strong> memoria Aliancista. En <strong>la</strong> salvaje fascinación de aquel<strong>la</strong>s comarcas, en <strong>la</strong><br />
violencia de su historia y de sus hijos, el protagonista –el joven Archie (y con él nosotros)- va a<br />
aprender una amarga lección.<br />
Muchas noches, mientras traducía estas páginas -¡qué ganas de que <strong>la</strong>s leas, amor mío!-<br />
he tenido <strong>la</strong> sensación de estar escuchando un cuento: Érase una vez un padre y un hijo. Vivían<br />
felices, cuando… y no creo desafortunada esa sensación, porque <strong>la</strong> veo muy cercana del romance<br />
y de Shakespeare: una meditación madura, honda, indeleble, sobre <strong>la</strong> vida, el amor, <strong>la</strong><br />
destrucción de los sueños, el azar, el destino y, en último término, <strong>la</strong> única posibilidad de vivir:<br />
<strong>la</strong> piedad, el perdón.<br />
Sí. Es un libro para esa edad cuando al leer ya no se juzga, sino que se contemp<strong>la</strong>.<br />
Cuando <strong>la</strong> página es un pedazo de vida.<br />
Y hab<strong>la</strong>ndo de cuando <strong>la</strong> página es un pedazo de vida (aunque en otro sentido): te he<br />
sacado en un cuento. No a ti, sino trozos de acostadas contigo. Me pidieron de P<strong>la</strong>yBoy un re<strong>la</strong>to<br />
erótico. No se me ocurría nada, porque además ya sabes que es un género que no me gusta; <strong>la</strong><br />
reiteración de una mecánica que poco interés tiene si no está hirviendo de pasión. Pero por otra<br />
parte me divertía el juego de meterte –meternos- en un re<strong>la</strong>to. Me acordé de una negra que<br />
conocí hace años en Nueva York, cuando volvía de unas conferencias en Pennsylvania. Y al<br />
final me salió un re<strong>la</strong>to breve que no me desagrada enteramente. El personaje es, más<br />
exactamente, una meta-negra. Ya hemos hab<strong>la</strong>do tú y yo a veces de ese tipo de mujer.<br />
Verdaderamente, con el jazz, Herman Melville, Emerson, y <strong>la</strong> mitología sudista (porque a Eliot<br />
ni Pound los cuento aquí, ni el Federalismo como lo vio Lord Acton) lo más importante que<br />
Estados Unidos ha añadido a <strong>la</strong> perfección de ese orden (o ese azar) que es el mundo y nuestras<br />
vidas, es <strong>la</strong> evolución de <strong>la</strong> mujer negra. Quiero decir <strong>la</strong> obtención de ese nuevo tipo de mujer<br />
singu<strong>la</strong>rmente atrayente, de características volcánicas, allí ajustado por <strong>la</strong> evolución de <strong>la</strong> raza:<br />
habiendo perdido ciertas características y rasgos algo bestiales (y que cultiva, por cierto, su<br />
compañero varón, que incluso los incrementa y hasta a<strong>la</strong>rdea de ellos), esta mujer ha<br />
conservado una vigorosa belleza en sus formas, una rotundidad en su carnalidad que, mixturada<br />
con elementos (l<strong>la</strong>mémosles) “b<strong>la</strong>ncos”, produce uno de los tipos más perturbadores que pueda<br />
encontrarse uno en su caminar por el vasto mundo. Los ojos son ardorosos, violentos, agresivos<br />
y bellísimos, faros de un rostro que, habiendo moderado pómulos y ampliado frente,<br />
conservando <strong>la</strong> sensualidad de los <strong>la</strong>bios, pero ya sin una nariz que evoque estados más toscos en<br />
<strong>la</strong> evolución, y todo ello con un pelo de mujer b<strong>la</strong>nca y una piel algo b<strong>la</strong>nqueada (exactamente<br />
el sueño de quienes ofrecen su cuerpo al inclemente sol sin conseguirlo), constituyen un altísimo<br />
modelo seguramente inalcanzable para quienes vengan de otro origen. Además, muchas de<br />
estas mujeres son en este momento <strong>la</strong>s mejor vestidas y <strong>la</strong>s de porte y andar más subyugante de<br />
América. Quiero con todo esto decir que, dado que tal desarrollo no se ha producido en sus<br />
hermanas de África, bien vale el <strong>la</strong>rgo camino y hasta <strong>la</strong>s inclemencias de <strong>la</strong> trata de ébano,<br />
como ante una pintura de Rafael uno no considera sino esa belleza inalcanzable, ni ante una<br />
página de Swift o Marlowe si les costó los infiernos del alcohol y <strong>la</strong> locura.<br />
He desarrol<strong>la</strong>do el re<strong>la</strong>to como <strong>la</strong> historia de un médico que va a Nueva York a un<br />
congreso. Y después de cenar, cansado de toda <strong>la</strong> jornada de sesiones y sesiones, decide dar un<br />
paseo. Camina entre <strong>la</strong> 55 y <strong>la</strong> 42, <strong>la</strong> Quinta Avenida, Madison, Lexington; y cuando se<br />
convence de que se aburre, decide ir al bar de Roosevelt, que como domina <strong>la</strong> entrada al hotel,<br />
permite meditar sobre <strong>la</strong> humana variedad.<br />
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