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la esclava instruida - José María Álvarez

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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />

Tu encanto era irresistible. Pensé en aquel<strong>la</strong> frase indeleble de La Nozze Di Figaro, cuando<br />

Cherubino dice:<br />

Non só più cosa son, cosa faccio,<br />

or di foco, ora sono di ghiaccio,<br />

ogni donna cangiar di colore,<br />

ogni donna mi fa palpitar<br />

(…)<br />

Ah! Son perduto!<br />

Me levanté y puse una cinta con Marlene Dietrich.<br />

-Esto os va a gustar –os dije. Y mientras empezaba a sonar esa voz inolvidable,<br />

imperecedera, me serví una generosísima ración de vodka he<strong>la</strong>do y me senté entre mis dos<br />

querubines.<br />

-¿Por qué no me <strong>la</strong> chupáis <strong>la</strong>s dos? –os pedí.<br />

-Sí, señorito –dijiste tú riéndote. Te levantaste y cogiendo una botel<strong>la</strong> de Benedictine,<br />

echaste un poco en tus dedos, y me cubriste de licor <strong>la</strong> pol<strong>la</strong>. Entonces empezaste a <strong>la</strong>mer<br />

delicadamente.<br />

-Riquísimo –decías. Y le indicaste a Natalia que se pusiera contigo a <strong>la</strong> dulcísima tarea.<br />

Oh imagen imborrable: mis dos arcángeles arrodil<strong>la</strong>das sobre mis muslos, chupabais al<br />

unísono de aquel<strong>la</strong> pol<strong>la</strong> que iba rápidamente recuperando su prestancia y su gloria. Primero tú<br />

chupabas <strong>la</strong> cabeza mientras Natalia <strong>la</strong>mía con sus <strong>la</strong>bios de terciopelo todo el tronco, pero<br />

luego <strong>la</strong>s dos os pusisteis por turnos a chupar <strong>la</strong> columna entera. El ruido del chapoteo de<br />

vuestras bocas, <strong>la</strong> saliva que iba derramándose y chorreando por mi verga, inundando vuestras<br />

manos y mis muslos… El juego de suaves colores de vuestros <strong>la</strong>bios, mi pol<strong>la</strong> y vuestras manos<br />

no lo hubieran mejorado el maestro Rubens. Yo sentía como si un berbequí empezara a<br />

penetrarme entre los testículos y el culo, y notaba <strong>la</strong> inminencia del chorro ardiente arrancar<br />

desde ahí para ir concentrándose y subiendo pol<strong>la</strong> arriba. Tú alzaste tus ojos hacia mí, y los vi<br />

reír, reír de arrogancia y júbilo. Entonces dejé que mi río rompiese su dique y un chorro como<br />

una fuente brotó estrellándose contra <strong>la</strong> boca y <strong>la</strong> nariz de Natalia. Tú le arrebataste el juguete y<br />

chupaste con avidez como si bebieses el licor de <strong>la</strong> eterna juventud. Después <strong>la</strong> tomó Natalia<br />

entre sus <strong>la</strong>bios y aspiró <strong>la</strong>s últimas gotas. Nos quedamos quietos –inefable instante en el que el<br />

mundo debería haberse detenido-, vuestras cabezas reposando junto a mi pol<strong>la</strong>, bril<strong>la</strong>ntes de<br />

semen, con los ojos cerrados, como princesas durmientes.<br />

Cuando descansamos un poco, sentí de nuevo ganas de jugar con Natalia. Tú también<br />

estabas retozona. La acostamos y tú, abriéndole <strong>la</strong>s piernas, empezaste a chuparle el coño con<br />

verdadera delectación. Yo me puse sobre el<strong>la</strong> y le metí mi pol<strong>la</strong> en <strong>la</strong> boca. Natalia permaneció<br />

quieta mientras yo <strong>la</strong> metía y <strong>la</strong> sacaba, hasta que se corrió con tus caricias y yo aproveché para<br />

hacerlo en sus <strong>la</strong>bios. Después Natalia metió sus piernas en tijera con <strong>la</strong>s tuyas y restregasteis<br />

vuestros coños hasta que aquel<strong>la</strong> fricción debió de produciros tales calores que os abrazasteis<br />

besándoos entre grititos.<br />

Aquel<strong>la</strong> tarde de Primavera, tú, Natalia y yo fuimos absolutamente felices. Y echo tanto<br />

de menos ese desparpajo, esa alegría tuya.<br />

# 72#

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