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la esclava instruida - José María Álvarez

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José#María#Álvarez#<br />

ganas, con sus pezones como uvas… Tú y yo nos pusimos hirviendo, y yo empecé a acariciarte<br />

los muslos y el sexo; te habías mojado. Mi pol<strong>la</strong> estaba más tiesa que los pensamientos de don<br />

Isaac Peral. Me <strong>la</strong> cogiste y empezaste a masturbarme despacio. Era estremecedor, tanto p<strong>la</strong>cer<br />

y teniendo que cuidar de no hacer el menor ruido. Aunque después, pensándolo, creo que<br />

debimos interrumpirlos y meternos con ellos en <strong>la</strong> cama; no creo que hubieran puesto pegas.<br />

Dejé de mirarlos a ellos y te contemplé a ti: en <strong>la</strong> penumbra tu rostro hechicero<br />

resp<strong>la</strong>ndecía como una Luna. Palpé tu coño con rumor de o<strong>la</strong>s, tu vientre suavísimo, tus piernas<br />

asombrosas. Me excité tanto que empecé a masturbarme; era una paja casi dolorosa, pero que<br />

me producía un extraordinario p<strong>la</strong>cer.<br />

Tu primo se levantó y fue a orinar. Era una imagen bochornosa, con sus piernas<br />

peludas asomando debajo de los faldones de <strong>la</strong> camisa; su pol<strong>la</strong> se erguía como un embuchado.<br />

Volvió a <strong>la</strong> cama y se aba<strong>la</strong>nzó sobre Raquel. El<strong>la</strong> se acomodó y tomándo<strong>la</strong> entre sus muslos le<br />

acarició el cuello y los f<strong>la</strong>ncos. Marcelo lubricó con saliva <strong>la</strong> cabeza de su pol<strong>la</strong> y se <strong>la</strong> metió a<br />

Raquel. Con unos poderosos movimientos pronto <strong>la</strong> tuvo encajada hasta <strong>la</strong> raíz. Raquel se<br />

estremecía:<br />

-¡Oh, sí, sí, sí, méteme<strong>la</strong> más! –aul<strong>la</strong>ba-. ¡Sigue, sigue, sigue!<br />

Tu primo se movía y su pol<strong>la</strong> entraba en Raquel como un émbolo. Resop<strong>la</strong>ba y decía<br />

obscenidades que casi no pudimos escuchar, porque eran al oído de Raquel. El<strong>la</strong> se movía<br />

exultante, suspiraba de gozo. En un momento dado, detuvo a tu primo:<br />

-Espera, espera… No te corras aún. Ponte una goma.<br />

Marcelo se envainó un preservativo, le dio <strong>la</strong> vuelta a Raquel y <strong>la</strong> puso a gatas. Esgrimió<br />

sobre sus ancas aquel<strong>la</strong> columna salomónica que Dios le había dado y se <strong>la</strong> metió por detrás.<br />

Raquel c<strong>la</strong>vó sus uñas en <strong>la</strong>s sábanas y mordió <strong>la</strong> te<strong>la</strong>. Tu primo empezó a fustigar<strong>la</strong> mientras<br />

elevaba sus brazos al cielo, como una bai<strong>la</strong>rina de Andalucía, y emitía unos quejidos de verraco<br />

justo en los mismos menesteres. Lo asocié inmediatamente con ira a una navaja de capador; me<br />

anhelé usándo<strong>la</strong> (de niño había contemp<strong>la</strong>do yo muchas veces el desaguisado en una finca de mi<br />

abuelo).<br />

-Me <strong>la</strong> vas a sacar por <strong>la</strong> boca –exc<strong>la</strong>mó Raquel; pero que gozosa embriaguez había en<br />

sus pa<strong>la</strong>bras.<br />

-Tú cal<strong>la</strong>, imbécil –farfulló tu primo.<br />

De pronto, Raquel pegó un respingo, levantó su cabeza con tal violencia que pensé que<br />

iba a desnucarse, y arqueó aún más su espalda.<br />

-¡Joder! –le gritó-. ¡Sigue, sigue! ¡Córrete, córrete ahora!<br />

Marcelo dio unos golpazos más y, de pronto, con unos gemidos que hubieran humil<strong>la</strong>do<br />

el do de pecho de Gigli, se pegó a <strong>la</strong>s nalgas de Raquel y vimos sus últimos y feroces espasmos.<br />

Los dos se quedaron uno sobre otro y boca abajo. Podíamos oír su respiración jadeante y espesa.<br />

Me agarraste por el cuello y c<strong>la</strong>vaste tu boca en mi brazo. Sentí que me mordías con fuerza y<br />

noté tu mano que se movía bajo tu falda en los últimos espasmos de p<strong>la</strong>cer. Apretaste más aún<br />

los dientes y te tensaste. Vi tus ojos centellear y tu boca que trataba de ahogar un suspiro; te<br />

mordiste los <strong>la</strong>bios. Yo sentí que me venía y aceleré los movimientos de mi mano, hasta<br />

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