la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
-Y <strong>la</strong>s mujeres, si son unas crías y puede uno engatusar<strong>la</strong>s, mejor, ¿no? Hay gente que<br />
hasta lo intenta con <strong>la</strong>s hijas de sus amigos.<br />
Quien vino hace unos días y ha pasado una semana aquí, en casa, es Javier Roca. Creo<br />
que debes acordarte de él. Yo te he hab<strong>la</strong>do muchas veces sobre nuestra amistad. Una vez que<br />
estuvo también pasando una temporada conmigo, comimos en tu casa. Estuviste hab<strong>la</strong>ndo una<br />
hora con él sobre Rigoletto. Creo recordar que te regaló el que grabaron Renata Scotto, Bergonzi<br />
y Fischer-Dieskau en 1963, <strong>la</strong> que dirigió Kubelik. Es magnífica. Y luego fuimos juntos a una<br />
lectura que dio en una Caja de Ahorros mi amigo el poeta José María Álvarez. Es también muy<br />
amigo de Javier. Estuvimos cenando los tres en un merendero del campo. Como sus poemas te<br />
gustan tanto –cuantas veces me has hecho leértelos- hace poco me dejó un Museo de Cera con una<br />
bel<strong>la</strong> dedicatoria, para que te lo regale en su nombre. Te lo ofrece y después de un entusiasta<br />
“Oh Alejandra” añade aquellos versos de Milton (que por cierto muy bien te cuadran –“nos”<br />
cuadran- en estos momentos):<br />
Haste thee, Nymph, and bring with thee<br />
Jest and yourhful Jollity,<br />
Quips and cranks and wanton wiles.<br />
A <strong>la</strong> que me encontré el otro día en Barcelona, cuando fui a <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong> boda de<br />
Viertel, fue a Raquel. Está avejentada, y me pareció triste. Qué lástima. Me acuerdo de lo bien<br />
que lo pasábamos el año pasado, cuando Raquel vino a veranear con vosotros y se <strong>la</strong> tiró tu<br />
primo Marcelo. Raquel estaba muy bien, con su aspecto desenfadado, sus ojos (parecidos a los<br />
tuyos, rientes y perturbadores), sus <strong>la</strong>bios y su culito mágicos. Tú querías verlos joder; <strong>la</strong> idea te<br />
excitaba tanto como a mí. Qué bien lo preparaste. Sabías perfectamente que aquel<strong>la</strong> noche,<br />
cuando tus padres se fueran a <strong>la</strong> fiesta del Club, Raquel y Marcelo aprovecharían para poder<br />
gozar de una buena cama y no de <strong>la</strong>s incomodidades de aquel<strong>la</strong>s rocas cercanas a <strong>la</strong> discoteca,<br />
donde solían apaciguar sus ímpetus amatorios.<br />
Ah, <strong>la</strong> lucerna que venti<strong>la</strong>ba el cuarto aquel de los chismes que había junto al<br />
dormitorio de Raquel y que sería nuestro observatorio. Cuánto me gustó, qué caliente me puso<br />
tu aire travieso, juguetón, tras<strong>la</strong>dando un baúl para que nos sirviera de p<strong>la</strong>taforma, y yo con mi<br />
navaja raspé un poco en <strong>la</strong> pintura del tragaluz, hasta comprobar que podíamos contemp<strong>la</strong>r<br />
perfectamente desde allí el lecho de los enamorados.<br />
Me acuerdo de que casi no podías contener <strong>la</strong> risa cuando llegaron los depravados. Tu<br />
primo no estaba por perder el tiempo, y mientras Raquel cerraba <strong>la</strong> puerta, él se quitó el<br />
pantalón (sólo eso; ni <strong>la</strong> camisa ni los zapatos). Raquel se dirigió a <strong>la</strong> cama mientras se sacaba el<br />
tejano y se arrancaba <strong>la</strong> camiseta sobre su cabecita loca. Escuché su risa como un trino de<br />
avestruces. Tu primo dio tres o cuatro brincos en <strong>la</strong> cama. “La tiene más grande que yo”, te<br />
dije, y eso me molestó. Te echaste a reír cubriéndote <strong>la</strong> boca con <strong>la</strong> mano. Raquel conectó un<br />
venti<strong>la</strong>dor y se tumbó junto a tu primo. Sin demasiada vehemencia (así me lo pareció), Marcelo<br />
empezó a acariciar los riñones ávidos de Raquel, <strong>la</strong> tomó por el talle y apretándo<strong>la</strong> contra su<br />
cuerpo, hundió su rostro entre los pechos de <strong>la</strong> jovencita. El<strong>la</strong> suspiró, cerró los ojos y se<br />
abandonó a <strong>la</strong> lujuria de tu primo. Vimos cómo se besaban, cómo él mordía aquel cuello<br />
gracioso, cómo metía sus manos entre <strong>la</strong>s piernas de Raquel, pellizcaba sus pezones y, por fin,<br />
metía su trompa de elefante en aquel coñito delicioso, como Perico por su casa. Cuando Raquel<br />
abrió sus muslos vimos bril<strong>la</strong>r, entre <strong>la</strong> mata de pelo abundante y negrísimo de su pubis, <strong>la</strong> rajita<br />
carmín como una flor de hibisco. Tu primo Marcelo estrujaba violentamente sus pechos y<br />
palmoteaba en sus caderas. Ah, los pechos de Raquel aquel<strong>la</strong> noche… redondos, tensos de<br />
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