la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
Entendí que querías verme hacerlo, y pasé circu<strong>la</strong>rmente mi dedo índice sobre <strong>la</strong><br />
sonrosada cabeza untándo<strong>la</strong> con aquel líquido ambarino. Sentí los naturales cosquilleos<br />
deliciosos.<br />
-Mastúrbate –me pediste-. Me excita mucho verte hacerlo.<br />
Empecé a masturbarme despacio. Avanzaste a gatas hasta <strong>la</strong> cabecera de <strong>la</strong> cama, te<br />
sentaste en <strong>la</strong> almohada, asentaste tu culito de diosa junto a mis fauces, y abriendo los muslos<br />
empezaste también a acariciarte. Te masturbabas con suavidad, interca<strong>la</strong>ndo algunos toques y<br />
pellizcos de cierta dureza. No era una masturbación limitada al sexo, sino que abarcabas tus<br />
muslos, tu cuello y tu vientre. Cerraste los ojos, medio te recostaste y empezaste a emitir unos<br />
suspiros que, obviamente, me condujeron al límite de mi resistencia. Y, antes de darme cuenta,<br />
yo también estaba prodigándole a mi pol<strong>la</strong> el más vigoroso de los masajes. Seguiste<br />
acariciándote, ahora los pechos, <strong>la</strong>s caderas, suspirando profundamente, gorjeando; tus manos<br />
se hundían en tu cintura, convergían en tu vientre y abriendo más aún tus muslos, hundiste tus<br />
dedos en <strong>la</strong> poderosa belleza de tu sexo en l<strong>la</strong>mas, en <strong>la</strong> profundidad sedosa. Acariciabas tu<br />
clítoris y movías el cuerpo como a saltitos. Yo contemp<strong>la</strong>ba aquel espectáculo deslumbrador<br />
mientras aceleraba el ritmo de mi propia masturbación. De pronto no pude y un chorro<br />
violento de esperma salió disparado para estrel<strong>la</strong>rse contra tu vientre. Tú tomaste esas gotas con<br />
tus dedos y te <strong>la</strong>s metiste en tu coño cegador. Metiste entonces dos dedos en lo más hondo<br />
posible, y frotando con violencia, en un instante pareció como si te alcanzase una descarga<br />
eléctrica: tu cuerpo se arqueó, emitiste un <strong>la</strong>rgo y sostenido suspiro y un torrente acuoso manó<br />
de aquel<strong>la</strong> sima de mis sueños inundando <strong>la</strong> sábana.<br />
Te quedaste como dormida, mientras yo acercaba mi nariz, mi boca, hasta esa mancha<br />
húmeda y aspiraba con delectación el perfume de <strong>la</strong>s profundidades del mundo, dulzón, único.<br />
Encendimos unos cigarrillos y nos quedamos boca arriba, fumando, felices y mansos<br />
como salvajes después de comer. Era un mágico sopor.<br />
Había oscurecido ya cuando abriste tus ojos luminosos. Te levantaste y preparaste otros<br />
dos Martinis. Me trajiste el mío a <strong>la</strong> cama y alzaste el tuyo con alegría:<br />
-Por Lautréamont –brindaste.<br />
-Por Sir Francis Drake –dije yo.<br />
-Por Stevenson –dijiste tú, riéndote.<br />
-Por los pocos que aún no hemos acatado Appomatox –dije yo.<br />
-Por <strong>la</strong> Cal<strong>la</strong>s –exc<strong>la</strong>maste, y te zampaste el Martini de un trago.<br />
-Por <strong>la</strong> bandera negra con <strong>la</strong> ca<strong>la</strong>vera, <strong>la</strong> seda de <strong>la</strong> Libertad, de <strong>la</strong> Desigualdad y <strong>la</strong><br />
Gloria –dije yo, y apuré el mio.<br />
Tiraste <strong>la</strong> copa airosamente por encima de tu hombro y avanzaste contoneándote como<br />
una fu<strong>la</strong>na:<br />
-¿Quiere el señor que juguemos? –me preguntaste riéndote. ¡Ah, tu risa!<br />
-Estoy a tu disposición.<br />
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