la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
precisamente “esas escenas” que también turbaban mi corazón). O cuando escuchabas a <strong>la</strong><br />
Cal<strong>la</strong>s en La Traviata. O cuando te dije: “Mira Istanbul”. No, todo eso, el hambre de todo eso,<br />
estaba en ti. Tú eras esa hambre, ese vértigo.<br />
Me acuerdo de aquel<strong>la</strong> otra tarde –cómo <strong>la</strong> pasión por estos temas estuvo desde el<br />
principio fundida con <strong>la</strong> alegría de nuestros cuerpos- en que viniste a mí, exultante, radiante, y<br />
me dijiste:<br />
-He leído el libro más maravilloso del mundo. Se l<strong>la</strong>ma La is<strong>la</strong> del tesoro.<br />
Estuvimos toda aquel<strong>la</strong> tarde, y cuántas otras, hab<strong>la</strong>ndo de ese libro y de Stevenson<br />
(acabaste por devorar hasta el último de sus re<strong>la</strong>tos). Después <strong>la</strong> has leído un par de veces más<br />
(yo ya he perdido <strong>la</strong> cuenta de <strong>la</strong>s mías) y como tú decías: “Siempre da más, más”. Sí. La is<strong>la</strong> del<br />
tesoro es uno de los libros que deben acompañar <strong>la</strong> vida de alguien como nosotros. Es sobre todo<br />
esa sensación de encontrarse fortificado en <strong>la</strong> maravil<strong>la</strong>, lo que siempre sorprende en esa<br />
historia, ya desde <strong>la</strong>s primeras y portentosas líneas. Su lectura nos rega<strong>la</strong> con singu<strong>la</strong>r intensidad<br />
–con pa<strong>la</strong>bras que Borges dedicó a cierta traducción de Las mil y una noches- <strong>la</strong> felicidad y el<br />
asombro.<br />
Cómo te gustaba <strong>la</strong> idea de que hubiera sido un cuento inventado para distraer a un<br />
jovencito –¿Cuándo harás tú lo mismo conmigo?, me preguntabas a veces. Debe de ser lo más<br />
hermoso del mundo saberse el origen de una obra de Arte-. Y cómo ese origen está presente en<br />
todas sus páginas: porque el secreto de su inextinguible vigor es que aquí Stevenson es por<br />
excelencia un contador de cuentos, eso que el destino terminó por convertirlo allá en los Mares<br />
del Sur; y, como decía Chesterton, con pa<strong>la</strong>bras cortadas a machete, como aquel<strong>la</strong> inolvidable<br />
astil<strong>la</strong> que el acero de Billy hace saltar de <strong>la</strong> muestra de “El Almirante Benbow”.<br />
A veces hemos leído, tumbados en <strong>la</strong> cama, en nuestras tardes mágicas, páginas de este<br />
libro. Tú <strong>la</strong>s veías bañadas por <strong>la</strong> luz de <strong>la</strong> Luna y el rumor de <strong>la</strong> rompiente en lejanas p<strong>la</strong>yas.<br />
Esas lejanas p<strong>la</strong>yas donde los hombres van a intentar sobrevivir, van a intentar tocar sus sueños,<br />
y donde un muchacho va a convertirse en hombre aprendiendo el precio de vivir.<br />
-Llevas razón –me dijiste un día-. La is<strong>la</strong> del tesoro es sobre todo <strong>la</strong> crónica de aprendizaje<br />
de Hawkins. Me ha hecho pensar mucho sobre eso. El precio que hay que aprender a pagar.<br />
Ese precio, amor mío, lo resumió con mucha c<strong>la</strong>ridad Chesterton en otra página<br />
memorable que hab<strong>la</strong> precisamente de Stevenson, cuando dice: “Se fortificó en el cuarto de los<br />
niños. Y lo hizo por una especie de instinto de que allí había existido una maravil<strong>la</strong> que los<br />
puritanos no podían prohibir ni los pesimistas negar. Stevenson se había preguntado: “¿Puede<br />
un hombre ser feliz?”. Y <strong>la</strong> respuesta fue: “Sí, antes de convertirse en hombre”.”. Porque ese<br />
libro es también <strong>la</strong> historia del sueño libertario y de sus cenizas, de <strong>la</strong> huida al mar –el viaje de<br />
los viajes-, del sendero que reve<strong>la</strong> al viajero su propio rostro; una obra sobre el valor, sobre <strong>la</strong><br />
emoción del coraje, una inmensa broma sobre los comportamientos sociales y sobre cómo saltan<br />
en pedazos los papeles aceptados por cada uno ante el brillo del tesoro o el “influjo” de esa<br />
exótica Luna. Y en esa azarosa adecuación a <strong>la</strong> suerte del camino, Stevenson establece,<br />
sutilmente, un código moral, un juego de lealtades y supervivencia, de fascinaciones y renuncias,<br />
del, como tú decías, precio a pagar, que transforma al niño asustadizo de <strong>la</strong>s páginas iniciales en<br />
el encallecido y veterano Jim Hawkins que regresa a Bristol como regresan todos los viajeros:<br />
más sabios, pero quizá más tristes.<br />
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