la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
de <strong>la</strong> adolescencia estaban presentes en esas páginas. Sobre eso no me desdigo: Poe carecía de<br />
una idea definida y profunda del mundo, se encandi<strong>la</strong>ba por hechos, personas o instantes que<br />
emocionan a una inteligencia sin madurar; y además, carecía de domino sobre <strong>la</strong> narración<br />
<strong>la</strong>rga. Si lo piensas detenidamente, Arthur Gordon Pym no deja de ser un fracaso. Lujosísimo, pero<br />
un fracaso. Pero tú me dijiste algo: “Tiene el mismo encanto que un incendio que vi cuando<br />
tenia seis años. La fascinación de aquel fuego, aquel<strong>la</strong> destrucción. Es <strong>la</strong> belleza sagrada de <strong>la</strong><br />
Muerte”. Probablemente es así. Poe tiene tal sentido del “juego”, de <strong>la</strong> “vistosidad” de <strong>la</strong><br />
pa<strong>la</strong>bra poética y de que <strong>la</strong> escritura es un fin en sí mismo, que precisamente es esa falta de una<br />
inteligencia madura <strong>la</strong> que le presta el mayor poder de encantamiento. Pensé en tu recuerdo del<br />
incendio. Y entonces yo “recordé” a Poe. Ese Poe que me había impresionado en mi niñez y<br />
que luego había caído en un cierto olvido. Y al recordar me di cuenta (como el resp<strong>la</strong>ndor de<br />
aquel incendio) de que Arthur Gordon Pym seguía iluminando mi corazón. Te das cuenta de que<br />
estaba dormido, ahí, y que ahora que lo evocaba, volvía a mi con el mismo brillo misterioso e<br />
inmutable con que sacudió mi pubertad.<br />
Y entonces comprendí que esa fascinación necrófi<strong>la</strong> que dominó a Poe toda su vida es lo<br />
que da a su arte esa imperecedera luz de me<strong>la</strong>ncólica nocturnidad. Él vio siempre el mundo y <strong>la</strong><br />
narración con los mismos ojos con que deseara a un hechicero cadáver de mujer.<br />
-Es como mirar el abismo –me dijiste del libro.<br />
-Sí. No el re<strong>la</strong>to de atrocidades (eso no era nuevo; ya estaba hasta en Defoe). Pero lo que<br />
es absolutamente espléndido es que no se trata de un re<strong>la</strong>to de atrocidades, sino del re<strong>la</strong>to de <strong>la</strong><br />
fascinación de <strong>la</strong> atrocidad. Y esa fascinación por el abismo, tú <strong>la</strong> entendías muy bien.<br />
Había otra cosa que a mí me interesaba mucho de Poe: esa sutil negación del mundo<br />
moderno, democrático, el progreso y <strong>la</strong> soberbia modernas, oponiéndoles el reino del Sueño.<br />
Hay una ciudad de <strong>la</strong> que te he hab<strong>la</strong>do mucho, una ciudad que adoro: Budapest.<br />
Algún día iremos (supongo que cuando regreses de Estados Unidos, ya con tus diecinueve años<br />
bien puestos, tus padres ya no podrán contro<strong>la</strong>rte y algo nos inventaremos para escaparnos en<br />
algún viaje y ser dichosos allí). Pero a su evocación le debo uno de los momentos más<br />
asombrosos que hemos vivido juntos. Fue algo absolutamente genial por tu parte. Estaba yo<br />
contándote uno de los viajes que había hecho a Budapest, para un congreso; había ido desde<br />
Viena por el Danubio. Estaba hablándote de <strong>la</strong> belleza de <strong>la</strong> llegada por el río. Luego nos<br />
reímos con algunas anécdotas de aquel congreso. Y de pronto tomaste <strong>la</strong> conversación en tus<br />
manos y <strong>la</strong> convertiste en una obra maestra de imaginación y talento. Borges no lo hubiera<br />
hecho mejor.<br />
-Fue fantástico –dijiste de pronto-. Yo ya me había fijado en ti. Me gustaste. Desde <strong>la</strong>s<br />
primeras sesiones del congreso; tú no reparabas en mí, pero yo no te quitaba ojo.<br />
Te seguí <strong>la</strong> corriente por aquel tobogán, fascinado:<br />
-Bueno, tu aspecto durante <strong>la</strong>s primeras sesiones, aquel aire tan rígido de profesora de<br />
Alemania Oriental, no me hacía presuponer nada excesivamente divertido. Y tan mal vestida.<br />
-Yo, sí. En cuanto te vi.<br />
-Creo que lo primero que me l<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> atención –te dije- fueron tus rodil<strong>la</strong>s. Estabas a mi<br />
izquierda durante una conferencia y de pronto empezaste a rascarte una rodil<strong>la</strong>, y para hacerlo<br />
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