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la esclava instruida - José María Álvarez

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José#María#Álvarez#<br />

el libro, en <strong>la</strong> primera página, me emocionó tu dedicatoria con aquellos hermosos versos de<br />

Elizabeth Barret Browning:<br />

What I do<br />

And what I dream include thee, as the wine<br />

Must taste of its own grapes.<br />

Nosotros nos atrajimos el uno al otro como <strong>la</strong> Luna a <strong>la</strong>s aguas, y esa atracción de<br />

nuestros cuerpos era nido de otra atracción más poderosa y sutil, <strong>la</strong> que viene de una misma<br />

estirpe espiritual o de costumbres. Nos deseábamos en una identidad de gestos, en nuestra forma<br />

de comprender el mundo, de vivir, de hab<strong>la</strong>r, en nuestra alegría: un estilo donde nos<br />

reconocimos, donde sabíamos que juntos podíamos alcanzar esa frontera de oro que es <strong>la</strong> única<br />

dicha acaso para seres como nosotros. Éramos magníficos. La consagración sin titubeos del<br />

deseo, del p<strong>la</strong>cer, del encantamiento, de esa fascinación que era, como dijo Bataille, aprobación<br />

de <strong>la</strong> vida hasta en <strong>la</strong> muerte. Ese brindis al Arte. Pasión desordenada, abisal, fulgurante,<br />

sagrada. Tú eras <strong>la</strong> cima de <strong>la</strong> voluptuosidad para mí, y reina de ese territorio sagrado,<br />

dispensabas <strong>la</strong> felicidad o <strong>la</strong> desesperación, el p<strong>la</strong>cer o <strong>la</strong> muerte. Yo no dudé en rendir ante ese<br />

avasal<strong>la</strong>dor poder todas mis banderas. Si yo era para ti, como tantas veces me dijiste, <strong>la</strong> droga<br />

que te hacía vivir, tú eras para mí el relámpago donde de pronto comprendes <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve de <strong>la</strong> vida.<br />

Los dos sabíamos que esa pasión, esa belleza, estaría siempre sobre el abismo de <strong>la</strong> destrucción.<br />

Pero pagar ese precio nos convertía en dioses. Ya Cervantes –en el Quijote- le había adjudicado<br />

<strong>la</strong> misma condición al amor y a <strong>la</strong> muerte. Y tú lo habías entendido muy bien.<br />

Recuerdo aquel día en que me preguntaste, mientras te abrazabas a mí como un<br />

animalillo cansado:<br />

-¿Tú crees que a <strong>la</strong> mayoría les da tanto gusto como a nosotros?<br />

-Pues no.<br />

Porque sólo <strong>la</strong> alta inteligencia depurada por el mayor ocio posible –ese sagrado ocio<br />

virgiliano que a<strong>la</strong>baba Titiro a Melibeo en <strong>la</strong> Eglo<strong>la</strong> I- y refinada como <strong>la</strong> sensualidad a través de<br />

un notable dispendio y una sólida formación de ser privilegiado, de happy few, está capacitada y<br />

abierta a gozar sin límites y a pagar los encantos de esos delirios. Y acaso tus pa<strong>la</strong>bras tocaron<br />

uno de los enigmas de <strong>la</strong> vida: ese diamante no es común. El p<strong>la</strong>cer, en un grado u otro, sí. La<br />

reproducción, desde luego (eso sí está al alcance de todos, desgraciadamente). Pero el amor<br />

sublime, ese en cuyas puertas ciegan <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Eloísa “Déjame ser tu puta”, ese está<br />

reservado a unos pocos y desde luego (casi siempre) de cierta posición.<br />

Recuerdo cómo te emocionaste –como si se refiriese a nosotros- (una especie de viento<br />

de excitación recorrió tu piel y erizó el vello adorado de tus brazos), <strong>la</strong> tarde que te leí unos<br />

pasajes de Anthony y Cleopatra, aquellos imperecederos versos, cuando un Antonio para el que ya<br />

nada existe sino el amor de Cleopatra, le dice a <strong>la</strong> reina:<br />

¡Húndase Roma en el Tíber, y que <strong>la</strong> inmensa bóveda del Imperio se desplome! Este es<br />

mi sitio.<br />

Los reinos son de arcil<strong>la</strong>. El esplendor de <strong>la</strong> vida es esto (y <strong>la</strong> abraza): cuando dos seres<br />

como nosotros se aman así. Y del mundo que nos contemp<strong>la</strong> exijo –o sea maldito- que dec<strong>la</strong>re si<br />

no somos incomparables.<br />

# 95#

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