la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
empezaste a acariciar dulcemente mi pol<strong>la</strong> con tus <strong>la</strong>bios; luego <strong>la</strong> metiste en tu boca, con<br />
mucha ternura, muy amorosamente. Tamino cantaba ese imperecedero “Dies Bildnis ist<br />
bezaubernd schön, wie noch kein Auge je gesehn”. El calor de tu boca envolvía mi pol<strong>la</strong> mientras esa<br />
música sagrada se fundía con nuestra carne. Seguiste chupando. Yo intenté moverme para<br />
girarme y meter mi cabeza entre tus muslos, pero tú me hiciste un gesto con <strong>la</strong> mano. Querías<br />
hacerlo so<strong>la</strong>. “Córrete en mi boca”, decías. Y lo hice, y vi cómo absorbías y absorbías como un<br />
animalillo juguetón hasta dejarme exhausto. Entonces te acurrucaste entre mis muslos como<br />
una sirena dormida mientras de <strong>la</strong>s comisuras de tus <strong>la</strong>bios chorreaba mi esperma. Yo te<br />
miraba, contemp<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> perfección de tu espalda, de tu culo, de tus caderas. Abriste los ojos:<br />
-Soy feliz –dijiste-. Te quiero. Te quiero muchísimo.<br />
Yo te acaricié el cuello.<br />
-Mastúrbame –me pediste-. Hasta correrme. ¡Oh, hazlo!<br />
Fui besando tu espalda y tus nalgas, hasta meter mi cabeza entre tus muslos. Sentí <strong>la</strong><br />
humedad de tu coño, que se abría de ganas. Empecé a besarte <strong>la</strong>s ingles y, luego, despacio, <strong>la</strong>mí<br />
tu sexo. Tú te perdías en un universo de excitación y suspiros. Hice brotar el clítoris con mis<br />
dedos y lo chupé interminablemente.<br />
-Vas a matarme –decías entre jadeos-. No puedo más.<br />
-Aguanta –te decía yo-. Aguanta todo lo que puedas.<br />
Cuando sentí que tu coño empezaba a segregar sus jugos majestuosos, metí con fuerza<br />
mi lengua hasta adentro. Me apretaste con tus muslos <strong>la</strong> cabeza. Me agarraste del pelo. Me<br />
hacías daño.<br />
-¡Oh sí, sigue, sigue! –gemías.<br />
Seguí hasta notar cómo me inundabas. El río del p<strong>la</strong>cer. Nos quedamos abrazados hasta<br />
que <strong>la</strong> tarde cayó. Besándonos lentamente, casi dormidos.<br />
Otra tarde me dijiste: “Creo que te deseaba hasta antes de sentir deseo alguno”.<br />
También en mí, aquel<strong>la</strong> belleza, tu cuerpo aniñado, pero sin embargo tan de mujer, <strong>la</strong><br />
potencia de tus ojos, tu alegría, era una imagen que había soñado antes de conocer<strong>la</strong>.<br />
¿Sabes? Pienso ahora que en casi cuatro años no hemos puesto en aquel apartamento<br />
nada que fuera nuestro. Supongo que tampoco lo necesitamos. Un apartamento vacío, perdido<br />
en un edificio sobre <strong>la</strong> ciudad. Ni siquiera subimos nunca <strong>la</strong> persiana, como si no quisiéramos<br />
que entrase allí nada que no fuera engendrado en aquel ámbito. Una cama, un equipo de<br />
música, algunas botel<strong>la</strong>s, un frigorífico… Pero era nuestro mundo, el sitio donde un par de veces<br />
cada semana nos hemos visto, nos hemos querido, nos hemos devorado, nos hemos entregado<br />
uno a otro nuestra más intensa sabiduría. Tardes de absoluta felicidad. Desde el principio<br />
decidimos que aquello sería algo aparte de nuestra “otra vida”. Nuestra vida, <strong>la</strong> tuya y <strong>la</strong> mía,<br />
empezaba al entrar en aquel apartamento y terminaba al salir. El mundo no nos iba a permitir<br />
otro espacio. La Ley, y esa otra ley que nuestra sociedad ha grabado a fuego en su cabeza,<br />
deformándo<strong>la</strong>, nos hubiera separado (y posiblemente con ucases sumamente penosos).<br />
Debíamos engañarlos a todos (“A veces yo misma me maravillo de <strong>la</strong> comedia que soy capaz de<br />
# 28#