la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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José#María#Álvarez#<br />
luz bril<strong>la</strong>ba el poder de quien dominó el mundo –“más allá de <strong>la</strong> aurora y del Ganjes”-: Eran los<br />
ojos de Alejandro.<br />
Velázquez pintó doce dignísimas ruinas que en ocasiones te he mostrado.<br />
Y a todos estos seres, poderosos y bufones, locos y desgraciado, los citará –como te dije<br />
una vez mientras contemplábamos <strong>la</strong> reproducción que yo tengo colgada en mi estudio- en una<br />
te<strong>la</strong>, Las Meninas. Y él no faltará a esa cita. Todos juntos, como <strong>la</strong> más limpia expresión de un<br />
sueño frío como <strong>la</strong> ceniza.<br />
Las Meninas es sobre todo un cuadro de <strong>la</strong> mirada: <strong>la</strong> mirada con que nos contemp<strong>la</strong>n<br />
para siempre aquellos fantasmas he<strong>la</strong>dos en un momento de su vivir. La diferencia con<br />
cualquier otro retrato de lo que “sucede” en este ámbito es evidente. Aquí “pasa” otra cosa. No<br />
son retratos: son conscientemente dejados a <strong>la</strong> posteridad ya juzgados y ya absueltos.<br />
Trascienden <strong>la</strong> nobleza de un rostro de Memling –recuerdo su Benedetto Portinari-, de Van<br />
Eyck –su Jan de Leeuw- y hasta Dürer –su Autorretrato con pelliza-. Las Meninas, como Bréal decía<br />
que Velázquez se limita a sugerirnos, son “lo que he visto y cómo lo he visto”.<br />
Recuerda <strong>la</strong> te<strong>la</strong>:<br />
En <strong>la</strong> luz de un atardecer invernal, en el obrador de los pintores de Cámara, Velázquez<br />
trabajaba apaciblemente mientras una niña, <strong>la</strong> Infanta Margarita, juega con sus enanos –<br />
Nico<strong>la</strong>sillo Pertusato y Mari-Bárbo<strong>la</strong>- y es atendida por unas damas. Hay un espejo donde se<br />
reflejan los Reyes, que posan o han entrado al estudio. El instante se ha detenido. Todos los<br />
personajes, sorprendidos en un momento de cotidiana felicidad, detienen su quehacer y sus<br />
miradas. Un segundo. Y así son entregados. Pero revestidos de tal encantamiento, que ese<br />
instante nos detiene también a nosotros y nos convertimos en séquito de Sus Majestades. Casi<br />
hubiéramos podido quedar reflejados en el espejo: porque el cuadro sigue en nosotros. Las<br />
Meninas es quizá <strong>la</strong> única te<strong>la</strong> del mundo que no termina. Es <strong>la</strong> pintura barroca por excelencia.<br />
El sueño de <strong>la</strong> vida y el sueño del Arte se funden: figuras sugeridas y que nosotros debemos<br />
llenar con nuestra memoria. Porque estamos en el cuadro, y lo estamos para siempre<br />
simplemente porque <strong>la</strong> mirada de los personajes va más allá de nosotros y nos incluye. Sólo el<br />
pintor y <strong>la</strong> Infanta se fijan en nosotros. Se insiste siempre sobre <strong>la</strong> luz. Otro asombroso pintor,<br />
Vermeer, ya <strong>la</strong> eternizó; pero aquí no es <strong>la</strong> luz, sino el retrato de <strong>la</strong> luz; quiero decir, el<br />
tratamiento de <strong>la</strong> luz como un rostro humano, con su historia: no se imita, se añade al mundo<br />
una luz suave. Quizá Palomino dio con <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve al sugerir: “Entre <strong>la</strong>s figuras hay ambiente”.<br />
Vuelvo a Vermeer y pienso en esa luz que entra por <strong>la</strong> ventana en La dama a <strong>la</strong> espineta y caballero<br />
o en La muchacha con turbante. Pienso en <strong>la</strong> nobleza de Leonardo. En Rembrandt ante su<br />
caballerete. Compara este recinto con el de los esposos Arnolfini y Van Eyck. Jamás te<strong>la</strong> alguna<br />
nos invitó tanto a entrar en el<strong>la</strong>, a ser con el<strong>la</strong>, como Las Meninas.<br />
Cuánto se puede decir de Velázquez ya fue expresado con muy pocas pa<strong>la</strong>bras por<br />
Valle-Inclán: “Es como <strong>la</strong> memoria cuando evoca, ese quietísimo encanto”.<br />
Nadie como él pintó el Sueño de España, <strong>la</strong> Locura del Sueño de España.<br />
España. Las Españas. La derrota del buen caballero que pobló del sueño de <strong>la</strong><br />
Caballería <strong>la</strong> espantosa soledad de una meseta atroz, <strong>la</strong> incendiada locura de Durruti, <strong>la</strong><br />
impotencia de nuestros reyes más nobles, ese instante sobrecogedor cuando Lope de Aguirre, en<br />
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