la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
Acercaste tus <strong>la</strong>bios a los míos, cerraste los ojos y nos besamos en un beso <strong>la</strong>rgo,<br />
<strong>la</strong>rguísimo, estremecido como el bolero que estaba sonando, un beso que no tenía fin, como si<br />
nos transvasásemos el alma. ¡Qué momento, señoras y señores, qué momento! Te tomé de <strong>la</strong><br />
mano y entramos en aquel cuarto. Caminamos en silencio hasta <strong>la</strong> cama. Una luz p<strong>la</strong>teada<br />
resp<strong>la</strong>ndecía por un ventanillo, como empañada. Los ruidos de <strong>la</strong> Habana resonaban como <strong>la</strong><br />
respiración de un animal. Te besé, y sin separar mis <strong>la</strong>bios de tu boca, fui desnudándote,<br />
dejando caer a tus pies aquel vestido precioso (sus tirantitos resba<strong>la</strong>ron suavemente por tus<br />
brazos), bajando tu braguita mientras acariciaba tus caderas y tu culo. Te tomé en mis brazos –<br />
esa vez me dije: es el momento de revivir <strong>la</strong> subida por <strong>la</strong> escalera de Lo que el viento se llevó- y te<br />
dejé sobre <strong>la</strong> cama. La luz de p<strong>la</strong>ta esmaltada de tu cuerpo. Recordé aquel<strong>la</strong> frase clásica: “Uno<br />
se obliga a vivir porque alguna vez vivir es extraordinario”. Aquel<strong>la</strong> tarde era extraordinaria. Tú<br />
me mirabas en silencio. Me desnudé como te había desnudado a ti, dejando caer mi ropa al<br />
suelo, lentamente, y avancé desnudo (tampoco yo debía de estar mal al son de aquel bolero,<br />
digo) hacia <strong>la</strong> gloria. Tu piel era suave y cálida. Tus pechos, no demasiado grandes, me<br />
recibieron mimosos cuando hundí en ellos mi boca, mientras tus brazos acariciaban mi espalda<br />
y mi nuca. Sentí en mi vientre el roce enardecedor del pelo de tu coño, y al meter mi muslo<br />
entre los tuyos, tu calor mojado. Apreté el muslo y te retorciste de gozo. No dejábamos de<br />
besarnos. Nos acariciamos sin dejar de besarnos, un beso interminable, minutos y minutos de<br />
mordernos los <strong>la</strong>bios y enrol<strong>la</strong>r nuestras lenguas y chuparnos hasta <strong>la</strong> existencia, mientras<br />
nuestras manos acariciaban, arañaban, pellizcaban nuestros cuerpos. Tú cogiste mi pol<strong>la</strong> entre<br />
tus muslos y apretaste, apretaste. Yo acariciaba tu culo y tus riñones, aquel<strong>la</strong> curva exultante.<br />
Metí mis dedos en tu cabellera y sentí su olor, su perfume embriagándome. Te abrí los muslos y<br />
empecé a masturbarte muy despacio. Gemías, te retorcías, te apretabas más contra mí y me<br />
arañabas. Después de rozar delicadamente tu clítoris, metí mis dedos en tu sexo que parecía<br />
licuarse. No dijimos ni una pa<strong>la</strong>bra. Sólo nuestros suspiros, nuestros jadeos… Me puse sobre ti y<br />
acoplé mi pol<strong>la</strong> en <strong>la</strong>s puertas sagradas de aquel abismo; empujé despacio y noté cómo entraba<br />
en tu cuerpo, despacio, despacio, resba<strong>la</strong>diza, caliente, y tú te estremecías, y suspirabas, y te<br />
arqueabas sobre ti misma, y me besabas, ¡Dios, cómo me besabas!, ¡cómo nos besábamos!, y yo<br />
sentí que <strong>la</strong> cabeza de mi pol<strong>la</strong> golpeaba dentro de tu coño loca, bestialmente, y noté en <strong>la</strong><br />
punta algo que me <strong>la</strong> frenaba, carne redondeada y b<strong>la</strong>nda que cerraba mi camino. Y besé,<br />
mordí tus axi<strong>la</strong>s, tus hombros, y tú gritaste, gritaste, golpeabas <strong>la</strong> cama con tu culo presa de un<br />
paroxismo salvaje, hasta que de pronto tus jadeos fueron ya gritos y yo sentí como si mi cabeza<br />
estal<strong>la</strong>se y todo yo saliera convertido en un río de leche caliente que se c<strong>la</strong>vara contra tu alma.<br />
Nos quedamos exhaustos, sin poder hacer nada, uno sobre el otro, más allá de todo,<br />
libres, sin cuerpo, desvanecidos. “Tu stai meco a tutte l´hore, /splendor negl´occhi e Deitá del core”, como<br />
le cantaba Nerón de Popea.<br />
Cuántas veces hemos recordado aquel cuarto, aquel<strong>la</strong> cama, <strong>la</strong> voz de Olga Guillot que<br />
llegaba lejana. Yo creo que esa noche, cuando volvimos al hotel (nos esperaban un poco<br />
a<strong>la</strong>rmados; qué historia increíble se te ocurrió sobre que nos habíamos entretenido conversando<br />
con un viejo amigo de Hemingway, después de ir a <strong>la</strong> que fue casa de Lezama, pelota que me<br />
tiraste y sobre <strong>la</strong> que yo tuve que improvisar un re<strong>la</strong>to literario), algo en nuestros ojos debía de<br />
de<strong>la</strong>tar <strong>la</strong> excitación. Creo que Beatriz sospechó algo, por primera vez. Pero no me dijo nada, ni<br />
entonces mi después.<br />
Al día siguiente nos tras<strong>la</strong>damos a una urbanización f<strong>la</strong>mante en Is<strong>la</strong> de Pinos para otra<br />
semana de fiebre tropical. La p<strong>la</strong>ya era magnífica. El ron, exquisito. El hotel estaba bien. El<br />
marisco, de lo mejor.<br />
# 40#