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la esclava instruida - José María Álvarez

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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />

Volviste a meterte mi pol<strong>la</strong> en tu coñito de p<strong>la</strong>ta y seguiste moviéndote hasta conseguir<br />

que yo fuera dichoso.<br />

Nos quedamos un rato en aquel aniqui<strong>la</strong>do Peugeot, abrazados y fumando.<br />

-Lo siento –dijiste-. Estaba cabreada.<br />

Te besé.<br />

-Eso no es para ti –te dije-. Porque no es ni siquiera un local verdaderamente tirado; ya<br />

te llevaré algún día a uno.<br />

-Te quiero –dijiste.<br />

Nos arreg<strong>la</strong>mos un poco y volvimos a <strong>la</strong> discoteca. Recogimos a Pepe –que ya<br />

empezaba a parecerse al joven Samsa en su a<strong>la</strong>rmante despertar- y volvimos a Sevil<strong>la</strong>.<br />

Qué hermosa, qué excitante estabas, a pesar de todo, esa noche bai<strong>la</strong>ndo en aquel<strong>la</strong><br />

pista. Hay una imagen tuya, sobre <strong>la</strong>s siete de <strong>la</strong> mañana: ya había poca gente en <strong>la</strong> pista. Hacía<br />

un poco de frío. Una especie de evadidos de <strong>la</strong> Is<strong>la</strong> del Diablo que hacían el papel de camareros<br />

atravesaban el local como zombis. Catorce o quince muchachitos estaban tirados en un rincón<br />

como un anuncio del derrumbamiento de <strong>la</strong> especie. Sonaba estridente una canción que era<br />

como si te pegaran patadas en el corazón. Y bajo aquel<strong>la</strong>s luces gélidas, desange<strong>la</strong>das, tú<br />

bai<strong>la</strong>bas con los ojos cerrados y tus movimientos eran lentos y excitantes. “Entre esas piernas,<br />

soy Dios”, pensé.<br />

Te gusta tanto jugar. Me acuerdo ahora de aquel día cuando quisiste vestirme de mujer,<br />

para meterme mano. O <strong>la</strong> tarde en que te até. Hubo una magnífica: estabas muy viva, tenías<br />

unas ganas extraordinarias de divertirnos; aquel<strong>la</strong> tarde estábamos tan locos que yo no podía<br />

negarme a nada que tú quisieras.<br />

-¿Sabes una cosa? –dijiste de pronto-. Tengo ganas de que lo hagamos en un sitio con<br />

mucha gente.<br />

-Puede ser divertido –te dije.<br />

-Sí. ¡Ya está! Vamos a joder en El Corte Inglés. Tengo ganas de hacerlo en El Corte<br />

Inglés. Tanto color, tantas luces, tanta ropa… me ponen caliente. –Y te apretaste a mi brazo, y<br />

yo noté el calor de tu piel.<br />

-A mí también me excita –te dije-. No sé por qué. Supongo que es eso, <strong>la</strong>s luces, el color.<br />

El olor. Y <strong>la</strong>s empleadas siempre me ponen cachondo. Será el uniforme. Pero están preciosas.<br />

Hasta <strong>la</strong>s menos guapas. Siempre que entro al Corte, me empalmo.<br />

-Vamos –dijiste. Me tomaste de <strong>la</strong> mano.<br />

Y salimos.<br />

Merendamos en una cafetería cercana a El Corte. Y entramos. Cuánto nos divertimos<br />

esa tarde. Probaste doscientos perfumes. En <strong>la</strong> sección de juguetes compramos alguna idiotez.<br />

Buscamos unas óperas. Por fin, en <strong>la</strong> sección de lencería elegiste varios ligueros y braguitas, y<br />

# 56#

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