la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
-Aseguré que irías. Además, no quiero amargarte con cuentas, pero…<br />
La discusión continuó por espacio de veinticinco minutos. Unas horas más tarde yo<br />
vo<strong>la</strong>ba hacia El Cairo.<br />
Hay varias posibilidades de pasar el tiempo en El Cairo y casi todas buenas para los<br />
egipcios. Así, pues, opté por <strong>la</strong> más civilizada. Me instalé en el viejo Shepheards. Han<br />
construido otros hoteles más cómodos, pero yo sigo prefiriendo éste, con su noble aire colonial<br />
británico, su deso<strong>la</strong>da grandeza. Pedí una habitación sobre el Nilo. Porque <strong>la</strong> única forma de<br />
aceptar El Cairo es a cambio de sus noches inefables, de sus madrugadas de seda junto al río. En<br />
aquel<strong>la</strong> terraza, mientras <strong>la</strong>s aguas pasaban ante mí, con su rumor milenario, con <strong>la</strong> ayuda de <strong>la</strong><br />
casa Jack Daniels de Lychburg, Tennessee, entendí el suicidio de Marco Antonio.<br />
Además, tuve suerte. Cumplí con mi papel con un par de entrevistas (en realidad mis<br />
contactos deberían haber cobrado el artículo, porque yo me limitaba a transcribir sus<br />
reflexiones) y aproveché para volver a ver <strong>la</strong>s pirámides y <strong>la</strong> Esfinge; y al regreso – el mundo es<br />
un pañuelo-, para encontrarme junto al Coloso de Menfis con un íntimo amigo, periodista,<br />
Eduardo Chamorro, que también estaba en Egipto enviado por su revista. Eduardo se alojaba<br />
en el mismo hotel.<br />
Regresamos, nos duchamos y pedimos dos botel<strong>la</strong>s de vodka y tres golfas. Hacia el<br />
amanecer, champagne y varias golfas más. Durante los siguientes días unimos nuestra fortuna, que<br />
fue variada, desde el intento de asesinato de Eduardo por una enardecida chusma leal al Profeta<br />
(aún no he comprendido el porqué, sólo que comenzó limpiándose Eduardo <strong>la</strong>s botas cerca del<br />
puente El-Tahrir) a una extraña floración subpubiana que lo aquejó, pasando por una noche en<br />
que hubo que salir del Casino a toda <strong>la</strong> velocidad que suministra el más acendrado instinto de<br />
supervivencia. También sostuvimos una discusión en pleno desierto con unos soldados<br />
empeñados en nuestra condición de espías. Fuimos timados vilmente, él con unos perfumes y yo<br />
con una antigüedad venerable.<br />
La última noche en El Cairo, decidimos tirar <strong>la</strong> reputación por <strong>la</strong> ventana, y fuimos a<br />
un burdel cuya dirección le había facilitado a Eduardo otro corresponsal. Como el vuelo El<br />
Cairo-Roma-Madrid salía muy temprano, resolvimos partir ya con nuestros equipajes, lo que<br />
causó cierta consternación en aquel prostíbulo. Nos atendieron unas mamelucas ataviadas como<br />
extras de un film histórico español, incluso creo recordar haber entrevisto una mantil<strong>la</strong>. Las<br />
alegres criaturas iban desde los doce a los sesenta y cinco años. Nos festejaron con bailes que<br />
hubieran causado una apoplejía al Marqués de Cuevas, con caricias de no menos dudosa<br />
calidad, y, en fin, con todo el repertorio que supondrás.<br />
Eduardo se metió en un cuarto maloliente con varios de aquellos desechos. A poco salió<br />
y echó mano de otra, jovencita y bastante atractiva. Yo escogí a una criatura que podía tener<br />
trece o catorce años, que me pareció –adjudiquemos a <strong>la</strong> realidad una parte de fantasía<br />
producida por el alcohol- verdaderamente extraordinaria. Me tumbé con el<strong>la</strong> en un lecho no<br />
muy limpio con una colcha áspera y con vo<strong>la</strong>ntes, y el<strong>la</strong> empezó a desnudarme con mucha<br />
gracia. Se movía sobre mí como un animalillo vivaz y cantarín. Cuando me tuvo desnudo, se<br />
quitó el<strong>la</strong> una especie de túnica que <strong>la</strong> cubría, e hizo un gesto ante mis ojos como diciendo “¿te<br />
comp<strong>la</strong>ce?”. Ah, sí me comp<strong>la</strong>cía… Era muy hermosa. Delgada, con brazos finos y mórbidos,<br />
unos pechos incipientes, un vientre hundido bajo el que apenas sombreaba un pelo obscuro y<br />
rizado. Sus muslos eras desproporcionadamente gruesos para ese cuerpo; pero el culo, ah,<br />
# 18#