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la esclava instruida - José María Álvarez

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José#María#Álvarez#<br />

-No me calientes mucho –me dijiste-. Estoy muy cachonda ya. A punto. Ven. Ven aquí.<br />

Méteme<strong>la</strong>.<br />

Me deslicé sobre tu cuerpo frotándolo con el mío y me metí entre tus muslos. Acaricié tu<br />

coño con mi pol<strong>la</strong>, y fue como si un bálsamo <strong>la</strong> embebiese. Me noté entrar en tu cuerpo. Tú<br />

también tenías el coño ardiendo.<br />

No tuvimos que prolongar demasiado el ritual, siempre asombroso, siempre insólito, de<br />

nuestros movimientos. En cuanto noté que aceleraba tus espasmos y sentí <strong>la</strong> presión –ah, esa<br />

sensación única- de tus muslos y tus brazos, y que empezabas a jadear, te abracé, besé tu cuello<br />

de reina y golpeé con más fuerza con mi verga. Diste un suspiro muy profundo y arqueaste el<br />

cuerpo de tal manera que tu coño apretó mi pol<strong>la</strong>, pero como doblándo<strong>la</strong>; <strong>la</strong> sensación no era <strong>la</strong><br />

de entrar y salir de ti, sino como si <strong>la</strong> verga fuera aprisionada y estirada en un mecanismo<br />

oblongo: una de aquel<strong>la</strong>s antiguas máquinas de manive<strong>la</strong> para secar <strong>la</strong> ropa. ¡Y cómo me <strong>la</strong><br />

secaste! Después de habernos corrido, seguí moviéndome en ti durante mucho rato.<br />

-¿Sabes lo que me fascinó de ti? –me dijiste mientras descansábamos abrazados-. Me di<br />

cuenta el primer día. Esa forma tuya de mirar, no ya como si desnudases a una mujer, sino<br />

como si <strong>la</strong> tuvieras ya dentro.<br />

-Funciona bien.<br />

-Ya sé que funciona –dijiste con un mohín coqueto.<br />

-Lo que pasa es que siempre había funcionado con mujeres mayores que tú.<br />

-Yo ya había decidido acostarme contigo antes de aquel Verano. Sí –y me miraste<br />

sonriendo burlona-, desde el Invierno anterior. Tú no te acuerdas. Cuando estuvimos pasando<br />

un fin de semana, mis padres, Beatriz, tú y yo y otros amigos… en Menorca, no sé… Fue una<br />

imagen tuya de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> chimenea. Estabas hab<strong>la</strong>ndo con Carme Riera. Me dije: Sí.<br />

El otro día terminé <strong>la</strong> traducción de Weir of Herminston. Es un libro que imagino te<br />

gustará. Lo había empezado hace mucho, y he aprovechado estos meses para acabarlo. Los<br />

años no han desamparado el esplendor de estas páginas. Stevenson da aquí todo cuanto había<br />

aprendido como escritor… y como hombre. Se dice que al principio sólo pretendió una nove<strong>la</strong><br />

que exaltara <strong>la</strong> figura de alguien a quien amaba y admiraba: Robert MacQuee, Lord Braxfield<br />

(desde luego todo el tiempo que estuvo con el libro conservó a mano en su mesa el Memorial of his<br />

Time de Cockburn –yo he visto su retrato, el que pintara Raeburn, en <strong>la</strong> Scottish National<br />

Portrait Gallery de Edimburgo- y quiero recordar que ya lo había homenajeado en Virginibus<br />

Puerisque). Pero no me cabe duda de que, si es así, el tema se le complicó, y esa imponente figura<br />

empezó a acumu<strong>la</strong>r significaciones y éstas a trenzarse con los propios recuerdos de su niñez, de<br />

Stevenson, sus re<strong>la</strong>ciones familiares, sus enfrentamientos con su padre. No es <strong>la</strong> única vez que<br />

Stevenson alude a tales tensiones. Padre e hijo ya habían disputado en The Story of a Lie y The<br />

Misadventures of John Nicolson, y desde luego el rigor paterno –de eso hab<strong>la</strong>mos tú y yo alguna vezjugaba<br />

un importante papel en Catriona y The Master of Bal<strong>la</strong>ntrae.<br />

Pero Weir of Hermiston vue<strong>la</strong> mucho más alto. Es <strong>la</strong> historia de una dramática<br />

desavenencia y de sus consecuencias <strong>la</strong>mentables, pero bañadas por una luz de “fatalidad”. Y lo<br />

que <strong>la</strong> convierte en una obra maestra es que ese inevitable y fatal acontecer sólo puede ser<br />

mitigado por <strong>la</strong> misericordia. Es una visión shakespeareana. Como lo son los colores y <strong>la</strong><br />

palpitación del corazón escocés donde Stevenson c<strong>la</strong>va su re<strong>la</strong>to: en <strong>la</strong> frontera secu<strong>la</strong>r de los<br />

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