la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
sobre el<strong>la</strong>, con todo el lujo de <strong>la</strong> belleza y el tronío, envuelta en los piropos que se arrancaban<br />
del alma de <strong>la</strong> muchedumbre; ese contoneo de hembra soberana, enardeciéndonos… Y aquel<strong>la</strong><br />
madrugada, <strong>la</strong> estoy sintiendo ahora en mi carne, cuando, ante <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura y el amarillo albero<br />
de su iglesia, <strong>la</strong> Virgen del Rosario hizo su entrada a los sones de Los Campanilleros, y <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za de<br />
Montesión reventando de gente, y tú y yo juntos, atónitos, yo me apretaba contra tu culo,<br />
tocándonos, ¡ardiendo…! ¿Y el delirio de La Macarena? Sacudiéndonos como debía sacudir a<br />
un egipcio <strong>la</strong> visión so<strong>la</strong>r del faraón.<br />
Estaba yo poniendo en orden unos escritos que había bosquejado en Sevil<strong>la</strong> –lo que<br />
luego sería aquel artículo que tanto te gustó sobre un arroz con perdices en un pueblecito del<br />
Aljarafe-. Sonó el teléfono: “Arrég<strong>la</strong>lo como sea. Me da igual. Pero hoy tenemos que pasar <strong>la</strong><br />
noche juntos”.<br />
-Va a ser difícil –te dije.<br />
-Me da lo mismo. Estoy encendida –y lo dijiste como si pasaras <strong>la</strong> lengua por el teléfono.<br />
¡Dios! Se me puso más dura que <strong>la</strong> nuez del fruto de <strong>la</strong> teca.<br />
-Te voy a dar una mamada que vas a ver <strong>la</strong> Estrel<strong>la</strong> de los Magos –ronroneaste.<br />
¿Cómo podías chupar<strong>la</strong> tan bien? Mira que me <strong>la</strong> han chupado veces: jovencitas<br />
inexpertas y jovencitas lujuriosísimas; casadas de ésas que nunca lo hacen con sus maridos y que<br />
son más glotonas y excitadoras que <strong>la</strong> más sabia cortesana; me <strong>la</strong> han chupado putas de los<br />
cuatro puntos cardinales; me <strong>la</strong> chupo una vez en París una fu<strong>la</strong>na que se había cargado con<br />
una mamada a un arzobispo. Pero nunca, en lugar alguno, nadie me <strong>la</strong> había chupado como tú<br />
lo hacías. Esa forma de quedarte mirándome <strong>la</strong> pol<strong>la</strong> –tus pechos, suaves y duros, sobre mis<br />
muslos- mientras <strong>la</strong> cimbreabas dulcemente. Ese primer <strong>la</strong>metón de tu lengua caliente, y <strong>la</strong><br />
forma en que luego golpeabas, con toques muy rápidos y seguidos, con <strong>la</strong> puntita de <strong>la</strong> lengua,<br />
<strong>la</strong> cúspide de su cabeza, precisa y triunfal como una cobra. Y después cómo liabas <strong>la</strong> lengua<br />
alrededor, envolviéndo<strong>la</strong>, para, de pronto, meter<strong>la</strong> entera en tu boca con una succión que me<br />
arrancaba todo mi ser de raíz. Y siempre mirándome, con esa sonrisa tuya, inefable, y el brillo<br />
de alegría de tus ojos <strong>la</strong>scivos, mirándome, mirándome, mientras tus <strong>la</strong>bios iban llevándome al<br />
límite del p<strong>la</strong>cer. Me gusta tanto cuando, enfebrecida, te <strong>la</strong> sacas y empiezas a restregárte<strong>la</strong><br />
entre los pechos, sobre tus pezones, por tu garganta. Y vuelves a chupar, con ansia, voraz,<br />
magnífica…<br />
Me <strong>la</strong>s arreglé como pude. Tuve que imaginar un argumento para Beatriz que,<br />
supongo, por su propia disconcordia, por lo inverosímil de su trama, resultó un subterfugio<br />
aceptable. Ya no recuerdo qué dije, pero debió de ser disparatado, porque le pareció verdad.<br />
Salí antes de que pudiera reaccionar. Pensé en lo mucho que habías disfrutado con los dulces<br />
sevil<strong>la</strong>nos (ah, aquellos pestiños de <strong>la</strong> Venta del Pozo de Sanlúcar <strong>la</strong> Mayor que nos comimos el<br />
año anterior), y cogí unas cuantas torrijas del paquete que me había traído. Qué bien nos<br />
vinieron luego. Y a <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde ya estaba yo esperándote, con el corazón como una<br />
ametral<strong>la</strong>dora, en nuestro apartamento, dispuesto a vo<strong>la</strong>r contigo.<br />
Junto al portal vi una gitana -¿<strong>la</strong> habían puesto allí nuestros dioses?- que vendía bolsitas<br />
con caracoles. No puedes negarme que tuve una idea sensacional.<br />
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