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la esclava instruida - José María Álvarez

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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />

Mary Godwin, ennoblecían <strong>la</strong> vida. Como tú decías: “Pero si es que es inútil tratar de razonar<br />

esto. Somos así. Los que somos así, somos así”.<br />

Sí. Eramos así. Y supongo que se es así –quiero decir, se está dispuesto a vivir en ese filo,<br />

a desafiar cualquier Infierno, a apostar sin límite por lo extraordinario- de <strong>la</strong> misma forma que<br />

se nace ojizarco o Shakespeare o Mozart: no se puede ser de otra forma. Esto lo hab<strong>la</strong>mos<br />

mucho aquel<strong>la</strong> tarde en que te leí Un artista del hambre. El destino de los amantes es como el de<br />

los piratas: el esplendor cegador del mito, <strong>la</strong> luz de lo imposible. Sabíamos que no se puede vivir<br />

si uno no arranca de cuajo su pacto con el mundo. Pero sólo nos sentíamos vivir cuando<br />

cruzábamos esa frontera de fuego y respirábamos en el último <strong>la</strong>tido del instinto de<br />

supervivencia.<br />

Es lo que encerraba aquel<strong>la</strong> frase de Tosca que tanto te gustaba cantar: “Vissi d’arte,<br />

vissi d’amore”. Era el sentido de nuestra vida.<br />

¿Sabes…? Sí, lo sabes. Llegaste a saberlo perfectamente. En realidad, sólo hay un<br />

problema filosófico digno de atención: el coño. Si el coño existe, todo está permitido: nos mirará<br />

hasta <strong>la</strong> muerte desde <strong>la</strong> obscuridad del origen con su inmenso ojo cósmico y nuestra vida estará<br />

regu<strong>la</strong>da por sus mareas supremas. Si no existe, entonces el tamaño de nuestro error es tal que<br />

lo mejor es suicidarse.<br />

Una de <strong>la</strong>s pruebas más incuestionables de su existencia eres tú. Como todas esas pocas<br />

que son lo que tú eras, eres, esa reina salvaje, tenías esmeraldas en el coño. Yo <strong>la</strong>s he notado<br />

arañarme <strong>la</strong> pol<strong>la</strong>; <strong>la</strong>s he sentido arañarme el alma. Y aún <strong>la</strong>s siento iluminando tu recuerdo.<br />

Por eso, cuando aquel<strong>la</strong> cálida tarde de Julio te vi, y salías de <strong>la</strong> piscina “aún trému<strong>la</strong> de<br />

gotas” como dijo el poeta, y el sol bril<strong>la</strong>ba en todo su esplendor sobre nuestras muti<strong>la</strong>ciones,<br />

sentí que estaba perdido. Tus muslos morenos tenían un vigor sobrenatural; tus brazos delgados<br />

se movían como a<strong>la</strong>s de pájaros; tu pelo obscuro despeinado caía sobre tu frente, sobre tus ojos,<br />

esos ojos a los que yo ya entregué, en aquel instante, todo lo que soy porque me mirasen<br />

comp<strong>la</strong>cidos. Y qué pronto tú respondiste a mi celo. Te miré y sentí, desde el cóccix hasta el<br />

ombligo, como si me atravesara un relámpago.<br />

Eres tan bel<strong>la</strong>. Cada vez que te he mirado te he visto más hermosa. Eres inacabable.<br />

Tus ojos azules me persiguen el alma: fuego de Venus. Jamás has perdido <strong>la</strong> calidad mítica de <strong>la</strong><br />

primera vez, cuando mis ojos asombrados se cegaron en tu piel bronceada y sudorosa. Esa<br />

imagen de tus <strong>la</strong>bios, en un mohín delicioso entorno a <strong>la</strong> pajita por <strong>la</strong> que sorbías <strong>la</strong> Coca-Co<strong>la</strong>.<br />

Cómo me estremecí imaginando el instante en que yo acariciaría esos <strong>la</strong>bios con <strong>la</strong> cabeza de mi<br />

pol<strong>la</strong>.<br />

Aquel Verano llegamos a estar tan locos que una noche rompimos nuestra<br />

c<strong>la</strong>ndestinidad y decidimos jugarnos el todo por el todo, y pasar una noche –el oro de los tigresjuntos,<br />

“fuera”. Nos citamos en un bar donde suponíamos que no habría “indígenas” que<br />

pudieran vernos, sólo extranjeros carbonizados. Engañaste perfectamente a todos (a tus padres,<br />

a tus amigos -¡cuánto hemos tenido que fingir desde aquel<strong>la</strong> noche!-; casi cuatro años juntos y<br />

nadie –creo- ha sospechado nada), y cenamos en un restaurante admirable y carísimo donde yo<br />

sabía que no era posible encontrarnos con nadie conocido. Te di a probar un Castillo de Ygay<br />

# 26#

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