la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
José#María#Álvarez#<br />
deseo que estar conmigo, porque no imaginaba a nadie que pudiera llevar más lejos su<br />
imaginación, porque no concebía a nadie que pudiera sacudir su carne y sus sueños con más<br />
violencia y p<strong>la</strong>cer que yo.<br />
Pero qué dos semanas, vida mía, qué dos semanas. Ya en <strong>la</strong>s últimas dos o tres veces que<br />
habíamos estado juntos, yo iba observando un creciente nerviosismo, una soterrada crispación.<br />
Habías conocido también –esto me lo contaste tiempo después, ¿te acuerdas?- a un chico, y se te<br />
había “dec<strong>la</strong>rado”; y éste sí era un joven muy guapo, muy agradable, que te había gustado, pero<br />
que no pudiste ni soportar que te besara, porque no podías desear a otro sino a mí, y eso te<br />
produjo una sensación intolerable, resentimiento hacia mí, furia por no sentirte libre, por darte<br />
cuenta de que algo mediatizaba tu vida.<br />
Aquel<strong>la</strong> tarde viniste dispuesta a “enfrentarte” conmigo. Todavía no sabías qué era<br />
enfrentarte contigo misma. Y trataste por todos los medios de provocar una situación en <strong>la</strong> que<br />
yo, entonces sí, hiciera algo que te desenamorase, algo que justificara en ti misma el separarte de<br />
mí. Te esforzarte en decir cada idiotez… Tú misma te dabas cuenta de que ciertas cosas,<br />
determinados aspectos de <strong>la</strong> “representación” nunca hubieran podido ser tuyos, “sonaban”<br />
desconcertados, y entonces tratabas de situar <strong>la</strong> conversación –en realidad, tu monólogo- en un<br />
aire cínico, cruel incluso hasta para ti misma. Pero otras pa<strong>la</strong>bras, sin embargo, me herían, sí,<br />
porque de alguna forma eran como fragmentos de <strong>la</strong> médu<strong>la</strong> de nuestra verdadera re<strong>la</strong>ción, o<br />
bien podían serlo, y me conmovían con <strong>la</strong> duda de si en algún momento habría sido esa <strong>la</strong> cara<br />
que tú habías visto de nuestra vida: y ese rostro era barato, vulgar, y acaso despreciable.<br />
De repente, decidiste cortar en seco. Yo estaba tumbado en <strong>la</strong> cama, fumando y<br />
mirándote. Tú estabas sentada junto a mí. Y hab<strong>la</strong>bas, hab<strong>la</strong>bas, hab<strong>la</strong>bas. De pronto no supiste<br />
qué decir –habías metido tu discurso en un camino sin salida-, y soltaste <strong>la</strong> cuchil<strong>la</strong>, diciéndome:<br />
-Además. Ya no siento nada. No me excitas.<br />
Quise seguirte un poco el juego:<br />
-¿Hoy, o en general?<br />
-Bueno… Desde hace algún tiempo. Antes era al menos divertido. Pero ya estoy<br />
cansada. Llevamos mucho tiempo juntos. Siempre igual. Esta especie de cárcel. No sé… Ya no<br />
es lo mismo.<br />
Tiré el cigarrillo al suelo y te en<strong>la</strong>cé por <strong>la</strong> cintura. Te eché sobre <strong>la</strong> cama y te besé.<br />
Forcejeaste un poco.<br />
-No quiero. Ahora, no. No me apetece.<br />
Metí mis manos bajo tu jersey y acaricié tus pechos. Me rechazaste con rabia:<br />
-Te he dicho que no quiero. No me apetece. Estoy fría. Ya no me pones caliente.<br />
Te besé con más violencia y metí mis manos entre tus muslos. La braguita estaba muy<br />
mojada, caliente.<br />
-Pues éste no piensa igual –te dije-. Está cachondo.<br />
Te levantaste de un salto.<br />
# 67#