la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
Te quitaste el suéter –uno de los instantes culminantes de <strong>la</strong> vida y visiones de un<br />
caballero es ese instante en que una mujer, con los brazos alzados sobre su cabeza, se quita <strong>la</strong><br />
ropa y su rostro desaparece durante unos segundos- y apareciste completamente desnuda ante<br />
mí.<br />
-Ven –te dije.<br />
Te tumbé a mi <strong>la</strong>do, empujando un pie con el otro tiré los zapatos contra <strong>la</strong>s paredes y<br />
me deshice como pude del pantalón y demás abrigos; me quitaste con a<strong>la</strong>rdes circenses <strong>la</strong><br />
camisa, y allí, como diciéndote “No todo va a ser tu coño”, se alzó soberana, insolidaria, febril,<br />
mi pol<strong>la</strong> que cimbreaba como un junco bajo el viento. Me sentí orgulloso de mi pol<strong>la</strong>: su cabeza<br />
sonrosada vibraba arrogante y notaba los testículos como <strong>la</strong> roca donde Jehová pirograbó <strong>la</strong>s<br />
Leyes eternas.<br />
-¿Sabes que he pensado mucha veces en esto, en joder en un coche-cama? –me dijiste<br />
riendo (reías siempre, por cualquier cosa, qué bendición).<br />
-El mejor es el Orient Express –dije yo.<br />
(La frase, lo sé, fue de lo menos ingenioso; podría ahora cambiar<strong>la</strong> por otra –por<br />
ejemplo “Vamos en una centel<strong>la</strong>”, que probaría mi memoria machadiana y además está<br />
vincu<strong>la</strong>da al ferrocarril- que demostrara mi inteligencia, pero no quiero; lo que pasó, pasó.) Me<br />
arañaste con una uña como si fuera un patín de hielo desde <strong>la</strong> tetil<strong>la</strong> izquierda hasta <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>.<br />
¡Hay que ver lo buena que estabas! Tus piernas <strong>la</strong>rgas y bien proporcionadas, con ese ligero<br />
desvanecimiento ambiguo de <strong>la</strong>s pre-adolescentes (y eso que ya habías cumplido tus buenos<br />
diecisiete). Tus caderas se ondu<strong>la</strong>ban desvaneciéndose hacia unas nalgas redondas, tensas y<br />
jubilosas.<br />
Pero sobre todo era tu rostro, ese rostro que me embrujaba: tus ojos (toda una<br />
educación sentimental) siempre voluptuosos, como estal<strong>la</strong>ndo de alegría, el óvalo perfecto de tu<br />
rostro, tu nariz ancha arriba abriéndose a dos cejas muy pob<strong>la</strong>das, tus <strong>la</strong>bios gruesos y sensuales,<br />
y aquel gesto tan tuyo de morderte <strong>la</strong> puntita de <strong>la</strong> lengua. Tu pelo (lo llevabas cortito entonces)<br />
te daba un aire de rapazuelo. Me gustaban tus manos de dedos finos y uñas cortas. Y esa forma<br />
tuya de moverte al andar, que era como un impulso animal que también entonces, sobre aquel<strong>la</strong><br />
cama, parecía desplegar su luz de libertinaje y pasión. Me cogiste <strong>la</strong> pol<strong>la</strong> con tu mano y <strong>la</strong><br />
acariciaste mientras con <strong>la</strong> otra mano buscabas <strong>la</strong> hendidura entre mis nalgas y me acariciabas<br />
el culo.<br />
-Me gusta lo caliente que tienes <strong>la</strong> pol<strong>la</strong> –dijiste-. Es como si hubieras estado ahora<br />
mismo tomando el sol desnudo.<br />
-Chúpame<strong>la</strong> –te dije.<br />
-No –contestaste-. Espera. Estás demasiado excitado ahora. No me gusta chupárte<strong>la</strong><br />
cuando está tan tiesa. Me gusta que esté pequeña, b<strong>la</strong>ndita, y notar<strong>la</strong> engordar en mi boca.<br />
Decididamente eras una fine gourmande. Yo sí empecé a chupar aquel coño que <strong>la</strong><br />
Fortuna me ofrecía. Era delicioso; sus <strong>la</strong>bios delicados, y como una cascada de ámbar el pelo<br />
dorado obscuro que lo cubría, a<strong>la</strong>rgándose más obscuro hacia atrás, hasta desaparecer entre tus<br />
nalgas. Tenías un sabor peculiar a cobre y su olor era dulzón y poderoso como <strong>la</strong> bel<strong>la</strong>dona.<br />
Recibiste <strong>la</strong>s caricias de mi lengua con <strong>la</strong>xitud, como si te desperezases.<br />
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