17.05.2015 Views

la esclava instruida - José María Álvarez

la esclava instruida - José María Álvarez

la esclava instruida - José María Álvarez

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />

<strong>la</strong> lista de firma que justificarán <strong>la</strong> muerte del Condestable, añade <strong>la</strong> suya y junto a el<strong>la</strong> escribe:<br />

traidor.<br />

España. Nunca <strong>la</strong> entenderemos y nunca cesará de sacrificarnos.<br />

Hubo dos semanas terribles, espantosas. Cuando, de pronto, a ti te dio miedo. De<br />

pronto, te asustaste de <strong>la</strong> violencia de nuestra re<strong>la</strong>ción, de su luminoso vivir siempre al filo del<br />

cataclismo –del cataclismo propio, pero sobre todo ajeno, pues a cuantas personas amadas (y a<br />

<strong>la</strong>s que probablemente no teníamos derecho a hacer daño) hubiésemos arrastrado en ese vértigo<br />

de destrucción-. Alguna vez, ese miedo, esa tensión, se había dejado traslucir en algunas<br />

pa<strong>la</strong>bras –tus “¡Pero cuánto tiempo crees que se puede aguantar esto!”, tus “Hay noches y<br />

noches en que no duermo, que no puedo imaginar estar sin ti, y luego no tengo sino unas horas<br />

cada semana”, tus “Tengo diecisiete años, has hecho que no me interese ningún hombre, y soy<br />

como tu viuda en vida tuya”-. Yo, por mi parte, cuántas inquietudes llegué a albergar. ¿O es<br />

que imaginas esa misma situación, ese no verte, no poder estar juntos, sino unas pocas horas, no<br />

sacudía mi alma con <strong>la</strong>s más atroces desazones? Habíamos aceptado desde el principio que sólo<br />

teníamos un reino y que sólo a él rendíamos cuentas: esas tardes en nuestro apartamento. ¿Pero,<br />

y el resto? ¿El resto de horas he<strong>la</strong>das, esperando, tensas, dolorosas como una herida? Tú me<br />

decías que no sólo me querías hasta el desvarío, sino que estabas tan encoñada conmigo que no<br />

podías ni siquiera imaginar joder con otro hombre. Pero el viento de <strong>la</strong> juventud te atravesaba, y<br />

tu sangre ardía, y necesitabas divertirte, y otro mundo que no era el nuestro, y salir, desfogarte;<br />

hasta para disimu<strong>la</strong>r ante tus padres, debías salir alguna vez con alguien. Yo sé cuánto te<br />

costaban esas simu<strong>la</strong>ciones. Pero tú no has sabido nunca cuánto me atormentaban a mí, cuánto<br />

llegaron a atormentarme. Yo casi había llegado a aceptar esa desazón constante. No significaba<br />

más que una cosa: que no sólo nos habíamos encontrado dos esplendorosos animales de cama,<br />

que no sólo habíamos alcanzado el delirio en nuestras acostadas, sino que nos queríamos, que<br />

habíamos llegado a enamorarnos. Y eso tenía un precio. Era el precio del esplendor que luego<br />

tocábamos en aquel apartamento. Era un precio doloroso, desquiciador. Pero que no se elige. O<br />

se acepta, o no.<br />

Pero hubo un instante, sólo un instante de nuestra vida, en que a ti te dio miedo. Y<br />

supongo que te asustaron muchas cosas: porque aquel<strong>la</strong> tensión era, realmente, demasiado<br />

fuerte, muy difícil de sostener; pero acaso y sobre todo, porque ¿qué futuro teníamos? Cuando,<br />

poco después, dimos el paso siguiente, aquel que –más fuerte y acaso más sabio que cualquier<br />

razonamiento, que cualquier consideración- nos puso de golpe al otro <strong>la</strong>do, donde ya limpios de<br />

dudas y temores y ansiedad, podíamos mirarnos, vernos vivir, y estar juntos, fuese como fuese,<br />

pero sin que en nuestros ojos hubiera sino dicha, gozo, entonces ya todo fue como un ardiente<br />

día de sol sobre <strong>la</strong> mar. Limpio y puro. Con viento en <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s.<br />

Quizás sin aquel<strong>la</strong>s dos semanas espantosas tampoco hubiéramos llegado a comprender<br />

el poderío de nuestra re<strong>la</strong>ción. Pero cuando, tras <strong>la</strong> agonía de esos días, tú volviste a mí, y sólo<br />

mirarnos nos devolvió el estremecimiento insoportable del amor, de <strong>la</strong> pasión, nos encontramos,<br />

como en un relámpago, en un reino donde ya estábamos seguros el uno del otro, libres,<br />

maravillosamente libres, sabiendo que nadie podía ya interponerse, porque nadie habría más<br />

fuerte, más hermoso, más fascinador que nosotros mismos, el uno para el otro. Y que aunque<br />

nuestra vida continuase confinada en aquel ámbito, podíamos enfrentar<strong>la</strong> porque esas horas<br />

nuestras –aunque ansiáramos muchas más- ya eran bastante. Y yo supe que esa criatura<br />

encantada, seductora, excepcional, era mía, mía para siempre, porque el<strong>la</strong> ya no concebía otro<br />

# 66#

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!