la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
memoria he<strong>la</strong>da de un mundo desaparecido y al que hoy se asiste con estupor, sino que era algo<br />
vivo. Seguía siendo el entorno natural de su vivir. Todo aquello era su historia, ese esplendor los<br />
incluía, seguía siendo su destino. A él se sometían conscientes de que <strong>la</strong> gloria de Istanbul a<br />
todos cobijaba por igual. Y que esos objetos de inmensa belleza fueran <strong>la</strong> expresión del respeto y<br />
<strong>la</strong> sumisión a un Istanbul pasado, en <strong>la</strong>s manos de <strong>la</strong> voluble fortuna no deja de ser muy poco<br />
considerable, puesto que lo imperecedero de ese pasado anidaba en el orgullo con que aquellos<br />
ancianos campesinos lo contemp<strong>la</strong>ban. Ellos miraban <strong>la</strong>s esmeraldas con <strong>la</strong> indiferencia de un<br />
Rey o de un mendigo, porque era para ambos el símbolo de su poder y de su gloria, y sobre<br />
todo porque eran conscientes de que ser Rey o mendigo es una simple cuestión de azar, y ya en<br />
un terreno más práctico, <strong>la</strong> mejor garantía de comer uno y otro, y de <strong>la</strong> libertad de uno y de<br />
otro.<br />
-Fíjate –te dije-. Es <strong>la</strong> Bizancio que soñó el marino megarense, <strong>la</strong> Constantinop<strong>la</strong> del<br />
gran Constantino, <strong>la</strong> ciudad de los Imperialismos, “I stin poli”, <strong>la</strong> ciudad a <strong>la</strong> que se va.<br />
La belleza del Topkapi nos rodeada. Al fondo bril<strong>la</strong>ban inefables <strong>la</strong> Yeni Camii, <strong>la</strong>s<br />
veintiocho cúpu<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> Suleymaniya, los seis alminares de <strong>la</strong> Mezquita Azul, taraceadas en <strong>la</strong><br />
luz de oro…<br />
-Todo es tuyo –te dije.<br />
Y sí, todo era ya tuyo. Los más de diez mil quinientos jarrones Ming y Sing de aquel<br />
Tesoro y el Bazar de <strong>la</strong>s Especias, el Misir Carsisi, el Bazar Egipcio; Goksu y Dolmabahçe, <strong>la</strong>s<br />
ruinas de Pantepoptes o <strong>la</strong> Shezade, los frescos de Paracclesions, <strong>la</strong> Nuru-Osmaniye y el Puente<br />
de Gá<strong>la</strong>ta; <strong>la</strong> Sublime Puerta y <strong>la</strong>s cimitarras de los tres primeros califas, el manto del Profeta y<br />
su arco de bambú, esa columna serpentina que recuerda el antiguo Hipódromo y el obelisco de<br />
Teodosio; lo que fue el acueducto de Valente o <strong>la</strong>s más de cinco mil tiendas del Gran Bazar,<br />
mundo dentro de un mundo que, a su vez, como dijo Ducas, fue cabeza de Ciudades. Todo eso<br />
era ya carne tuya como se hizo mía desde <strong>la</strong> primera vez que contemplé Istanbul. Ese mundo<br />
embrujado te acompañaría mientras vivieses y yo siempre estaría en ese sueño.<br />
Aquel<strong>la</strong> tarde, mientras los demás hacían sus últimas compras, te llevé al cementerio de<br />
Eyub –ese increíble camposanto que domina el Cuerno de Oro-. Quería mostrarte una<br />
inscripción en una tumba; era un inscripción que muy bien resumía el alma indestructible de<br />
aquel<strong>la</strong> ciudad fabulosa y que bien podía ser también nuestra bandera, <strong>la</strong> tuya y <strong>la</strong> mía:<br />
“Yo soy aquel hombre tan famoso que pasó su vida entregado al disfrute del opio,<br />
desoyendo todo consejo de médicos o sabios. He vivido ciento tres años. ¡Inténtalo tú!”.<br />
Después estuvimos paseando sin rumbo fijo, escuchando el sonido de <strong>la</strong>s calles,<br />
hab<strong>la</strong>ndo con <strong>la</strong> gente, bebiendo en algunas tabernas, impregnándonos de su olor, de su alegría<br />
de vivir, recorriendo <strong>la</strong>s mil callejas que bordean el Cuerno del Oro, uniéndonos a los ríos<br />
humanos que recorren <strong>la</strong> Istik<strong>la</strong>l Cadessi o <strong>la</strong> Resadiye, <strong>la</strong> Fevzi Pasa o el Aksaray; bajamos<br />
desde Pera por <strong>la</strong> Kaldirin hasta el Puente; entramos en <strong>la</strong> suntuosa miseria de Sishane y<br />
Tepebasi; dejamos a nuestros sentidos embriagarse –mirada limpia y corazón libre- sintiendo<br />
aquel esplendor que estaba en el aire, como polvo de huesos de todas <strong>la</strong>s razas, de todos los<br />
hombres que a lo <strong>la</strong>rgo de miles de años han soñado en Istanbul con un gran destino.<br />
Al día siguiente volvimos a España. Istanbul nos había dado una medida muy exacta de<br />
nosotros mismos. Tú lo expresaste muy bien una tarde, meses después, en que mientras<br />
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