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El doncel de don Enrique el Doliente - Djelibeibi

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– 143 –<br />

CAPÍTULO XIV<br />

Contadme vuestros enojos;<br />

no toméis malencolía;<br />

que sabiendo la verdad<br />

todo se remediaría.<br />

Romance <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Alarcos<br />

E n la misma postura que <strong>el</strong> paje refería haber <strong>de</strong>jado<br />

al m<strong>el</strong>ancólico <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong>, envu<strong>el</strong>to en su gabán hasta los<br />

ojos y roto a sus pies <strong>el</strong> laúd, permanecía cuando se presentó<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él Hernando, diciéndole con su acostumbrada<br />

sequedad:<br />

—¿Lloras, señor? Levanta la cabeza y mira, que o yo entiendo<br />

poco <strong>de</strong> rastro o se te viene la res por sí sola a tiro <strong>de</strong><br />

tu venablo.<br />

Alzó la frente <strong>el</strong> consternado mancebo y vio a pocos pasos<br />

<strong>de</strong> él una figura envu<strong>el</strong>ta en un ropón negro y cubierta la<br />

cara con la mascarilla que usaban en aqu<strong>el</strong> tiempo las damas<br />

cuando salían, sobre todo, <strong>de</strong> su casa o cuando habían <strong>de</strong><br />

hablar con caballeros <strong>de</strong>sconocidos.<br />

—¿De qué hablas, Hernando? ¿Quién es esta dama? —preguntó<br />

<strong>de</strong>sembozándose con enfado <strong>el</strong> <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong>. Miróla entonces<br />

<strong>de</strong> alto abajo y reparando que su silencio podía indicar que<br />

no venía a hablarle con testigos:<br />

—Retírate, Hernando —dijo—; yo te llamaré cuando te<br />

haya menester —cogiendo entonces <strong>de</strong> una mano a la dama<br />

hízola entrar en su cámara. Luchaban en su fantasía mil<br />

encontradas i<strong>de</strong>as.

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