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El doncel de don Enrique el Doliente - Djelibeibi

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<strong>El</strong> <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong> ... – 277 – Capítulo XXVII<br />

—¿Me aborrecéis? ¿No hay en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o rayos? ¿No hay<br />

quien me mate? ¡Hernán Pérez!<br />

—¿Qué hacéis?<br />

—Llamarle. Lleve mi vida quien se llevó mi dicha. ¡Hernán<br />

Pérez!<br />

—¡Teneos! Macías. Bien; yo...<br />

—Acaba, acaba.<br />

—Yo os... imposible, jamás. Os aborrezco.<br />

—¿Y lo dices llorando? Tus lágrimas ardientes corren<br />

hasta mis manos. Huyamos. Los amantes son sólo, <strong>El</strong>vira,<br />

los esposos... Inútil es la lucha...<br />

—No, no. Macías, hay un Dios. Hay un Dios que nos ve.<br />

Mi <strong>de</strong>ber es primero. ¡Santo Dios! —exclamó prosternándose<br />

la <strong>de</strong>sdichada <strong>El</strong>vira—, dadme fuerza y virtud. Sola no basto<br />

a resistir.<br />

—¿Qué escucho? ¡Es mía, es mía!<br />

Macías estrechaba sobre su corazón a la inf<strong>el</strong>iz <strong>El</strong>vira,<br />

que exánime y sin sentido no oponía a su loco arrebato más<br />

resistencia que la pasiva inmovilidad <strong>de</strong>l estupor y <strong>de</strong>l asombro.<br />

—Él viene —gritó <strong>de</strong> pronto una voz harto conocida a los<br />

oídos <strong>de</strong> Macías y <strong>de</strong> <strong>El</strong>vira—. Él viene —repitió <strong>de</strong> allí a un<br />

momento. Así resonó en <strong>el</strong> corazón <strong>de</strong>l <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong>, como <strong>el</strong> eco<br />

lúgubre <strong>de</strong>l bronce que anuncia al amante parado en la playa<br />

la <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong>l buque que lleva consigo <strong>el</strong> tierno objeto <strong>de</strong><br />

sus ansias.<br />

—¿Viene, Jaime?... —preguntó <strong>El</strong>vira fuera <strong>de</strong> sí—. ¡Dios<br />

mío! Salid, señor, salid. ¿Veis a qué extremidad me reduce<br />

vuestra impru<strong>de</strong>ncia?<br />

—Decidme, pues —contestó Macías <strong>de</strong>teniéndola aún—,<br />

<strong>de</strong>cidme una palabra sola <strong>de</strong> consu<strong>el</strong>o.

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