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El doncel de don Enrique el Doliente - Djelibeibi

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<strong>El</strong> <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong> ... – 256 – Capítulo XXV<br />

y <strong>de</strong>saparecido entre la multitud; los ojos, sin embargo, <strong>de</strong>l<br />

caballero, acostumbrados a ver en aqu<strong>el</strong> punto su contorno,<br />

le seguían viendo gran rato <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>saparecido,<br />

como le suce<strong>de</strong> al que se atrevió a mirar fijamente por largo<br />

espacio al luminar <strong>de</strong>l día. Horas enteras conserva su retina<br />

la impresión in<strong>de</strong>structible, y por más que haya <strong>de</strong>sviado<br />

ya los ojos <strong>de</strong> su <strong>de</strong>slumbrante luz, por más que los cierre,<br />

en fin, ve <strong>el</strong> sol todavía <strong>don</strong><strong>de</strong> no le hay. Al llegar Vadillo al<br />

caballero, acababa <strong>de</strong> levantarse la dama. Tendió <strong>el</strong> hidalgo<br />

los brazos naturalmente a recibir <strong>de</strong> él, como <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, <strong>el</strong><br />

beso <strong>de</strong> ceremonia, e hizo la misma figura que <strong>el</strong> que fuese a<br />

abrazar un árbol o una columna. No pudo menos <strong>de</strong> levantar<br />

la cabeza y <strong>de</strong> reparar en la especie <strong>de</strong> estatua que <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> sí tenía. Conociólo, y su primera acción fue volverse con la<br />

rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l rayo a seguir la visual <strong>de</strong>l caballero y ver en qué<br />

objeto se paraba; si alcanzó a ver algo todavía, o si <strong>el</strong> punto<br />

a que las miradas se dirigían bastó a contestar a su muda<br />

pregunta, eso es lo que no sabemos. Diremos sólo que su rostro<br />

se tiñó <strong>de</strong> carmín, y que vertiendo fuego por los ojos y los<br />

poros <strong>de</strong> su encendido semblante, sacudió con una mano al<br />

distraído diciendo por lo bajo, pero con reconcentrada cólera:<br />

—Ya pue<strong>de</strong> haber pactos entre nosotros, que ya no soy<br />

escu<strong>de</strong>ro.<br />

A esta sacudida inesperada, volvió en sí <strong>el</strong> caballero como<br />

quien <strong>de</strong>spierta <strong>de</strong> un largo sueño. Reconoció su impru<strong>de</strong>ncia<br />

al reconocer al que le hablaba, y no ocurriéndole nada que<br />

respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> pronto a su rara interp<strong>el</strong>ación, bajó los ojos y<br />

quiso enmendar su pasada distracción, tendiendo entonces<br />

los brazos al hidalgo. Éste, empero, poniendo entrambas<br />

manos en <strong>el</strong>los:

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