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El doncel de don Enrique el Doliente - Djelibeibi

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<strong>El</strong> <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong> ... – 307 – Capítulo XXXI<br />

Paje, ¿me engañas? —prosiguió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una breve pausa,<br />

en la cual dio mil vu<strong>el</strong>tas al pergamino que le acababa <strong>de</strong> dar<br />

<strong>el</strong> astrólogo—. No pudo <strong>de</strong>cir eso; tú burlas mi dolor, y tú...<br />

—¿Yo, señor, yo? Me obligaréis a <strong>de</strong>ciros lo que añadió...<br />

—¿Qué añadió, santo Dios?<br />

—Pues mirad, añadió que se os dijera a vos mismo que<br />

<strong>el</strong>la había dado aqu<strong>el</strong>la or<strong>de</strong>n.<br />

—¿Eso? ¡<strong>El</strong>la! ¡<strong>El</strong>la misma! ¡Oh ultraje! ¡Oh rabia! Paje,<br />

¿conoces tú su letra?<br />

—Poco, señor.<br />

—¿Es ésa? —dijo Macías acercándola a un farol <strong>de</strong> la<br />

escalera inmediata.<br />

—Paréceme que... sí..., cierto; yo a lo menos... Verdad es<br />

que yo no sé escribir. Yo soy mal juez.<br />

—¿Cuándo dijo lo que me acabas <strong>de</strong> referir?<br />

—Aqu<strong>el</strong> día mismo.<br />

—¡Respiro! Algún objeto llevaría. Vu<strong>el</strong>a a tu prima, Jaime;<br />

dile que me diste ese recado y que espero sus motivos.<br />

Escucha. Con respecto a su cita, dile antes <strong>de</strong> una hora...<br />

—¿Cómo? ¿Os cita?<br />

—¡Silencio!<br />

—¿Y os quejabais vos? Decid entonces que <strong>el</strong> engañado he<br />

sido yo. Ya me encargaré yo <strong>de</strong> esos recaditos en a<strong>de</strong>lante,<br />

para que me cuesten una oreja <strong>el</strong> día menos pensado, y que<br />

la señora luego... ¿Es posible, señor caballero, que han <strong>de</strong><br />

engañar las mujeres hasta a sus mayores amigos? ¡A todo <strong>el</strong><br />

mundo, señor..., a todo <strong>el</strong> mundo!<br />

—¡Ea! ¡Silencio! y separémonos. Nada digas, nada hables.<br />

En estos asuntos, Jaime, la palabra escapada revu<strong>el</strong>ve sobre<br />

<strong>el</strong> que la dijo, y las impru<strong>de</strong>ncias se pagan con la vida. ¡Adiós,<br />

adiós!

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