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El doncel de don Enrique el Doliente - Djelibeibi

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<strong>El</strong> <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong> ... – 208 – Capítulo XXI<br />

—Toscos, señor, pero seguros. Aquí te espero, y a la buena<br />

<strong>de</strong> Dios. Quiera éste que no caigas tú en la hoya <strong>de</strong>l adivino<br />

y salgas cazado pudiendo cazar.<br />

—No temas, Hernando, que en <strong>el</strong> último apuro no ha <strong>de</strong><br />

faltarme nunca una buena lanza, y eso es todo lo que necesita<br />

un caballero. Entretanto, no tengo que temer <strong>de</strong>l astrólogo, a<br />

quien nunca hice mal, sino <strong>de</strong> mí mismo, y este p<strong>el</strong>igro es <strong>el</strong><br />

que vengo a prevenir, que aquél prevenido está.<br />

—Como <strong>de</strong> esas veces sale la fiera <strong>de</strong> <strong>don</strong><strong>de</strong> menos se<br />

espera. <strong>El</strong> oso era enemigo <strong>de</strong>l hombre antes que <strong>el</strong> hombre<br />

supiera cazarle. Anda con Dios, señor, mientras yo le quedo<br />

rogando que sea más f<strong>el</strong>iz esta predicción <strong>de</strong>l astrólogo que<br />

la pasada.<br />

Sentóse a un lado Hernando dichas estas últimas palabras,<br />

y <strong>el</strong> dudoso <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong> entró en <strong>el</strong> laboratorio <strong>de</strong>l judío,<br />

inquieto por sus propios presentimientos, reforzados con las<br />

palabras <strong>de</strong>l montero y por <strong>el</strong> objeto <strong>de</strong> su supersticiosa visita.<br />

La luz que alumbraba la habitación era una lámpara<br />

<strong>de</strong> que sólo ardía un mechero, y ése con pálido resplandor,<br />

porque <strong>el</strong> adivino no ignoraba cuán favorable es a la osadía<br />

en <strong>el</strong> amor un débil reflejo que sirve <strong>de</strong> v<strong>el</strong>o al pudor y <strong>de</strong> capa<br />

al enamorado <strong>de</strong>seo. <strong>El</strong> <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong>, por lo tanto, dirigió la vista a<br />

la mesa a la que solía estar sentado trabajando <strong>el</strong> judío, y no<br />

vio a nadie. <strong>El</strong> sitial, <strong>don</strong><strong>de</strong> estaba la dama reclinada, caía<br />

<strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la mesa, y <strong>el</strong> aburrido caballero se creyó solo<br />

por consiguiente.<br />

—No está —dijo para sí—; le esperaré.<br />

No hacía mucho que se había aban<strong>don</strong>ado en un asiento<br />

a sus m<strong>el</strong>ancólicas imaginaciones, cuando le sacó <strong>de</strong> su distracción<br />

un ruido acompasado semejante al que produce <strong>el</strong><br />

<strong>de</strong>sigual aliento <strong>de</strong> una persona que duerme agitadamente.

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