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El doncel de don Enrique el Doliente - Djelibeibi

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<strong>El</strong> <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong> ... – 365 – Capítulo XXXV<br />

observar, cayó rodando <strong>de</strong> espaldas por la escalera, hasta<br />

una puerta que habían cerrado tras sí nuestros aventureros,<br />

<strong>don</strong><strong>de</strong> quedó casi exánime y sin sentido.<br />

—¿Hay más? —dijo Peransúrez mirando a todas partes.<br />

—No —repuso Hernando—; aquélla <strong>de</strong>be ser su prisión:<br />

¿no oís una ca<strong>de</strong>na?<br />

—Él es; apresurémonos.<br />

Sacando en seguida <strong>el</strong> manojo y llegando a la puerta, comenzaron<br />

a probar llaves en la cerradura. Abrió, por fin,<br />

una <strong>de</strong> las más gruesas y entrambos se precipitaron <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> la prisión, igualmente impacientes <strong>de</strong> dar libertad al<br />

enca<strong>de</strong>nado <strong><strong>don</strong>c<strong>el</strong></strong>.<br />

Una lámpara mortecina lucía siniestramente sobre un<br />

pe<strong>de</strong>stal.<br />

—¡Basta, cru<strong>el</strong>es, basta ya! —exclamó una voz penetrante,<br />

arrojándose a sus pies al mismo tiempo, con todo <strong>el</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>l dolor y <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación, una figura cadavérica vestida<br />

<strong>de</strong> negras ropas.<br />

Difícil fuera pintar <strong>el</strong> asombro <strong>de</strong> nuestros dos reverendos<br />

al ver venir sobre <strong>el</strong>los aqu<strong>el</strong>la extraña sombra, que no era<br />

otra cosa lo que a su vista se ofrecía, y <strong>el</strong> sobrecogimiento <strong>de</strong><br />

la víctima luego que paró la atención en sus nuevos huéspe<strong>de</strong>s,<br />

<strong>de</strong> tan distinta especie que los dos hombres que hasta<br />

entonces habían solido visitar su encierro para traerla <strong>el</strong><br />

alimento.<br />

—R<strong>el</strong>igiosos, santo Dios, r<strong>el</strong>igiosos —exclamó ésta—. Habéis<br />

oído, Señor, por fin mis oraciones, y <strong>el</strong> bárbaro me envía<br />

estos emisarios <strong>de</strong> vuestra palabra divina para auxiliarme<br />

en los últimos momentos <strong>de</strong> esta vida miserable. Lo acepto,<br />

Señor, lo acepto.

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