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Polanyi,_Karl_-_La_gran_transformacion

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dadera crítica que se puede formular a la sociedad de mercado<br />

no es que se funde en lo económico -en cierto sentido, toda sociedad,<br />

cualquier sociedad, lo hace-, sino que su economía<br />

descanse en el interés personal. Una organización semejante<br />

de la vida económica es totalmente no-natural, en el sentido<br />

estrictamente empírico de que es excepcional. Los pensadores<br />

del siglo XIX suponían que el hombre, en su actividad económica,<br />

buscaba el beneficio, que su propensión materialista lo<br />

empujaba a optar por el menor esfuerzo y a esperar una remuneración<br />

por su trabajo, en suma, que en su actividad económica<br />

el hombre debía tender a adaptase a lo que ellos describían<br />

como una racionalidad económica, y que los comportamientos<br />

contrarios a esta racionalidad provenían de una intervención<br />

exterior. De aquí se deducía que los mercados eran instituciones<br />

naturales, suceptibles de surgir espontáneamente con tal de<br />

que se dejase libertad de acción a los hombres. Nada, por tanto,<br />

más normal que un sistema económico constituido por<br />

mercados gobernados únicamente por los precios, y una sociedad<br />

humana fundada en ellos que aparecía como el objetivo del<br />

progreso. Lo importante no era tanto si esta sociedad era o no<br />

deseable desde el punto de vista moral, cuanto si era realizable<br />

en la práctica por considerar que estaba fundada en características<br />

inherentes al género humano.<br />

En realidad, como sabemos en la actualidad, el comportamiento<br />

del hombre ya sea en estado primitivo o en las distintas<br />

fases históricas de nuestra cultura, ha sido prácticamente<br />

lo opuesto de lo que los pensadores del siglo XIX creían. <strong>La</strong><br />

frase de Frank H. Knight «ningún móvil específicamente humano<br />

es económico», se aplica no solamente a la vida social en<br />

general, sino también a la vida económica. <strong>La</strong> tendencia al<br />

trueque, sobre la cual Adam Smith fundamentaba su confianza<br />

para describir al hombre primitivo, no es una tendencia común<br />

a todos los seres humanos en sus actividades económicas, sino<br />

una inclinación muy poco frecuente. No solamente el testimonio<br />

de la etnología moderna desmiente estas elucubraciones<br />

racionalistas, sino también la historia del comercio y de<br />

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