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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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-Luego se lo digo. Acuérdese de que es usted el entrevistado. Por favor,<br />

volvamos a sus caballos.<br />

Abdulá se irguió de repente y disparó repetidamente su cámara a la altura de<br />

los ojos del Sultán, que se echó instintivamente hacia atrás, sobresaltado. Con una<br />

amable y modesta sonrisa, Abdulá bajó la máquina y se desplazó inclinado hacia la<br />

derecha, como buscando otro enfoque. Pensaba mientras: es la intensidad del poder<br />

la que buscas y reclamas, ninguna otra. El poder que mancilla, que expolia, que<br />

atropella, que suprime o soborna las voluntades, el poder cuyo sueño produce todos<br />

los monstruos... pero cuya intensidad es la droga más potente que se conoce. Tú eres<br />

un vicioso del poder, un drogadicto. Y la gran verdad es que no hay poder bueno, al<br />

menos en este mundo. Un día también él, Abdulá, creyó... pero ahora ya sabe que no<br />

existe poder terrenal aceptable, sólo apisonadores de la dignidad humana. Hace falta<br />

acatar el poder de Alá, rendirse a él, para salvar a los hombres del poder vicioso de<br />

sus semejantes. Someterse a Dios libera de todos los vasallajes y permite cualquier<br />

rebelión, por audaz que sea. ¡Hágase Tu voluntad y aniquílese cualquier otra<br />

voluntad, humana, pecadora!<br />

-¡Perdóneme, Susana, por favor! -El Sultán se mostraba coqueto y contrito-.<br />

He olvidado hasta los rudimentos de la hospitalidad. Un gran pecado, cuando se<br />

tiene la suerte de ser anfitrión de una mujer hermosa. ¿Puedo ofrecerle una copa de<br />

champán? Es la bebida oficial de los hipódromos, con la que celebramos los éxitos y<br />

nos consolamos de las derrotas.<br />

A Susana no le gustaba el champán, pero sabía mejor que nadie llevarse<br />

veinte veces la copa espumosa a los labios y dejarla de nuevo intacta en la mesa con<br />

un suspirito de satisfacción fingida. O sea que aceptó ese trago cortés que a nada la<br />

comprometía. Habría sido imprudente desairar la vanidad de su entrevistado, que<br />

por el momento sólo se pavoneaba con inocencia típicamente masculina y se estaba<br />

portando bastante bien. En cuanto recibió el placet, el Sultán lanzó un breve y<br />

enérgico ladrido, a cuyo reclamo acudió presuroso uno de los grandullones que<br />

montaba guardia en la puerta. Lo instantáneo de su llegada no dejó de ser registrado<br />

mentalmente por Abdulá. Habría que tomar en cuenta esa circunstancia: tenía poco<br />

tiempo, muy poco. Pero contaba con el Arma...<br />

El vigoroso mayordomo trajo del antepalco el cubo plateado con la botella de<br />

Moët Chandon bien fresca y dos copas. Por supuesto, un simple fotógrafo no iba a<br />

beber con el jefe y su invitada, gruñó mentalmente Abdulá. No era digno de tanto<br />

honor: ¡ah, el poder, que sólo se siente fuerte cuando ejerce su discriminación entre<br />

elegidos y excluidos!<br />

-¡Por usted, Susana! Por el éxito de su reportaje. Ojalá yo consiga hoy<br />

interesarla un poco más por los caballos de carreras, esas criaturas mágicas...<br />

Chocaron las copas: después él bebió y ella hizo como si bebía. Pero en ese<br />

preciso instante el griterío que ascendió hacia ellos desde los aledaños de la pista los<br />

avisaba de que los caballos ya estaban disputando los metros decisivos antes de la<br />

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