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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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loqueó la entrada como un guardameta bravucón y barrigudo, mientras los otros<br />

avanzaban hacia el Pinzas.<br />

-¡Tú ...! -rugió sin elocuencia el gordo damnificado, mientras le apuntaba con<br />

el dedo.<br />

-Perdone... ¿me habla a mí? -Admitamos que tampoco el Pinzas logró<br />

desplegar en esa fórmula conocida todo el ingenio del que sin duda era capaz.<br />

Apoplético, incandescente, el gordo barbotó una retahíla de acusaciones que<br />

difícilmente hubiera sido estimada por ningún jurado serio: «¡Ladrón! ¡Tú eres...!<br />

¿Dónde está mi cartera?... ¡Hijo de la gran puta! ¿Me tomas por gilipollas? El<br />

gilipollas lo será tu padre... Hijo de ...» Todo lo cual no llevaba a nada concreto, salvo<br />

la admonición final, inequívoca, mientras agitaba ante la nariz del Pinzas un puño<br />

del tamaño de un asteroide matadinosaurios: «¡Ahora vas a ver! ¡Ya vas a ver!» ¿Por<br />

qué no reconocerlo francamente? En ocasiones como ésta, el Pinzas prefería<br />

entendérselas directamente con los policías, menos personalmente implicados en tan<br />

desagradables asuntos. Una cosa es pasar el trámite carcelario, que formaba mal que<br />

bien parte de su trabajo, y otra muy distinta ser descalabrado por uno o varios<br />

energúmenos. El Pinzas extendió sus manos inocentemente vacías a modo de<br />

parapeto ante su frágil cuerpo -realmente minúsculo en comparación con la división<br />

acorazada que se le venía encima- mientras musitaba con trémula cortesía: «Por<br />

favor, amigo, no sé de qué... » Pero lamentablemente el vociferante avance de sus<br />

adversarios continuó como si nada.<br />

-Un momento, vamos a ver: calma, por favor. Creo que aquí debe de haber un<br />

malentendido... -El Profesor se interpuso con plácida determinación.<br />

-¿Y usted quién puñetas es? -resopló el gordo, tras un brusco frenazo para no<br />

chocar contra él-. Venga, largo, no se meta en lo que no le importa.<br />

El Profesor adoptó el tono académico que le había hecho ganarse su ya<br />

acrisolado apodo:<br />

-Mire usted, señor, vengo a menudo a este hipódromo y conozco bien a ese<br />

caballero. -El caballero Pinzas no dio muestras de orgullo o vanagloria al recibir su<br />

título-. Respondo por él, es un excelente aficionado.<br />

-¿Aficionado? -Si hubiera sido posible, el gordo habría aprovechado esta<br />

ocasión para congestionarse aún más-. ¡Yo le diré cuál es su principal afición! Me ha<br />

robado la cartera, eso es lo que ha hecho su famoso aficionado. Y juraría que no es la<br />

primera vez...<br />

Siguió un breve y algo convulso intercambio de palabras, en el que cada una<br />

de las dos partes reafirmó su planteamiento inicial sin aportar novedades dignas de<br />

mención. En ese momento de impasse, el compañero del Profesor -a quien casi todo el<br />

mundo, fuera de los hipódromos que no frecuentaba, conocía por el Doctor- se<br />

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