LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
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oí maldecir un par de veces con voz pastosa. Resultaba evidente que estaba bastante<br />
borracho. Una circunstancia imprevista pero afortunada, porque esa turbia<br />
condición podría facilitar mis planes. Mi experiencia me ha enseñado que todos los<br />
que sienten primero la irresistible necesidad de beber no tardarán mucho en<br />
experimentar la no menos irresistible necesidad de hablar. De modo que me dispuse<br />
a salir de las sombras y acercarme a él, quizá para ofrecerle un último trago mientras<br />
fingía estar yo también un poco demasiado alegre.<br />
Pero algo me detuvo. La puerta del garito había vuelto a abrirse y una<br />
segunda figura, para mí desconocida, marchaba ahora en pos de Narciso Bello.<br />
Podía tratarse de una simple coincidencia, claro está. Quizá el otro parroquiano se<br />
retiraba también hacia su casa y no tenía más remedio que recorrer ese mismo<br />
trayecto, al menos hasta salir del oscuro callejón. Y sin embargo algo en su actitud,<br />
su forma de vigilarla silueta tambaleante que le precedía (y que de vez en cuando<br />
apoyaba la mano en la pared, para recobrar el equilibrio) me convencieron de<br />
manera intuitiva, maldita intuición, de que iba siguiéndole. Era sin duda una<br />
presunción inquietante: Narciso Bello debía de llevar encima una cantidad nada<br />
desdeñable en efectivo, por mucho que se hubiera gastado en copas. Además tenía<br />
una bien ganada reputación de que nunca salía del salón de juego con los bolsillos<br />
vacíos. Cualquiera de los que asistieron a su velada triunfal y le vieron luego beber<br />
en exceso podía haber concebido la esperanza delictiva de que no iba a ser muy<br />
difícil dejarle sin blanca. Un crimen menor, después de todo, porque ya volvería a<br />
ganar otra vez la próxima semana... ¡con la buena suerte que tenía!<br />
De acuerdo, Lucía, admito que a veces me gusta especular y en seguida<br />
monto una teoría a partir de unos cuantos datos. Pero no vas a negarme que mi<br />
historieta conjetural sonaba perfectamente verosímil, incluso muy probable. Casi<br />
inevitable, en este mundo poco fiable y nada honrado en que vivimos. De modo que,<br />
con el mayor sigilo y procurando no desmarcarme nunca de la penumbra, me lancé<br />
en pos de las dos figuras que desfilaban delante. Te confieso que no tenía la menor<br />
idea de lo que iba a hacer a continuación. Por supuesto, no era cosa de intervenir<br />
antes de tiempo a partir de meras sospechas y arriesgándome a quedar en ridículo.<br />
Pero si en el momento oportuno podía echarle una mano salvadora al elegido de la<br />
fortuna, quizá el agradecimiento que sin duda debería ganarme así facilitaría la<br />
charla con él y propiciaría sus confidencias.<br />
Nuestra procesión callada y furtiva prosiguió a todo lo largo del callejón y<br />
luego por la avenida principal. Primero el tambaleante Narciso Bello, ahora más bien<br />
Narciso Rico... aunque en vías de dejar de serlo, si yo no intervenía a tiempo.<br />
Después su codicioso perseguidor, de cuyas protervas intenciones -tan explicables,<br />
por otra parte- cada vez estaba yo más convencido. Y luego tu devoto adorador,<br />
ignorado por los otros dos y por tanto convencido de que dominaba la situación.<br />
¡Qué fácil es hacerse engañosas ilusiones sobre uno mismo y sobre casi todo lo<br />
demás! Aunque el bulevar estaba a esa hora muy poco frecuentado, aún pasaban de<br />
vez en cuando parejas tardías y algunos coches, por lo que no resultaba probable que<br />
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