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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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Para llegar hasta Al Trote Largo había que dejar la avenida principal y tomar<br />

la segunda calle a la derecha, recorriendo luego un breve pasadizo oscuro<br />

(¿recuerdan ustedes la tópica tonalidad dominante en la boca de los lobos?) que<br />

llevaba a una especie de patio interior, alto, estrecho y con ropa colgada a varios<br />

niveles a modo de domésticas gualdrapas. En el ángulo izquierdo, al fondo, había<br />

una puerta con argollas y remaches que recordaba la tapa de un ataúd puesta<br />

vertical. Y en ella el rótulo gótico con el nombre del local buscado, que habría sido<br />

fácil leer puesto que era de buen tamaño si no hubiera faltado totalmente la luz a<br />

aquella hora y en aquel rincón. Es lo malo que tienen la noche y los reservados<br />

secretos: que no se ve ni gota.<br />

Llegaron los cuatro hasta la puerta funeraria, es decir, el comando completo:<br />

el Príncipe, el Profesor, el Doctor y el Comandante. Marchaban oscuros en la noche<br />

solitaria, con una luz incierta, bajo la luna maligna, como Eneas y sus compañeros<br />

por las moradas vacías y los reinos desiertos de Plutón, silenciosos también salvo<br />

por un leve y pegadizo zumbido proferido entre dientes por el Comandante, que<br />

pretendía ser una versión libre del tema de la serie policíaca «Enigma entre<br />

sombras». El Príncipe tomó sobre sí la responsabilidad de apretar dos veces el timbre<br />

de la puerta. Les abrió un jockey enorme, con sus botas de montar, su gorra bicolor y<br />

su fusta bajo el brazo izquierdo. Debía de medir cerca de uno ochenta y pesar en<br />

torno a los cien kilos, o sea que era sin duda el segundo jockey más voluminoso del<br />

mundo después de Victor McLaglen en El hombre tranquilo. Eso sí, amable como el<br />

que más. «Bien venidos, pasen ustedes. Ésta es su casa. No recuerdo ahora mismo<br />

sus caras. ¿Quizá es la primera vez que nos honran con su visita?» «En efecto»,<br />

confirmó el Príncipe, mientras el Comandante sintonizaba vocalmente Surprise Party,<br />

considerándola más apropiada para la ocasión. «Esta tarjeta suya nos la dio un<br />

habitual de por aquí, Pat Kinane.» El megajockey sonrió amable y distraídamente,<br />

sin molestarse en coger la tarjeta que le ofrecían y a la que sólo dedicó una mirada<br />

por encima. «Claro, desde luego, lo dicho: bien venidos, pasen, pasen...»<br />

El local estaba decorado con artesonados barrocos y excesivos, ajados<br />

terciopelos escarlata oscuro, lámparas con flecos de lágrimas de cristal multicolor, o<br />

sea como una discoteca provinciana de hace cincuenta años o como un lupanar<br />

clásico de hace cien. Muy acogedor, desde luego, según entendería ese concepto un<br />

espíritu libre aunque más bien tradicionalista de mediana edad: en el breve pasillo<br />

que daba acceso al salón principal, un cartel advertía: «Espacio para fumadores. Los<br />

no fumadores también son bien venidos.» Y la cantidad de humo que flotaba triunfal<br />

por metro cúbico demostraba que estos últimos estaban por fin en franca y merecida<br />

minoría. Resumiendo, Al Trote Largo era sencilla y llanamente un lugar de juego,<br />

mejor dicho, de juegos variados y reunidos, aunque todo él puesto bajo la<br />

advocación tutelar del turf. Los grabados de las paredes y las abundantes fotografías<br />

enmarcadas representaban siempre a grandes caballos, ji<strong>net</strong>es célebres y carreras<br />

memorables. También había retablos que recogían chaquetillas de cuadras famosas,<br />

completadas con fustas, botas y gorras que habían conocido momentos gloriosos y<br />

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