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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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sabueso para darse cuenta de que esperaba a alguien. Y, finalmente, alguien llegó. ¡A<br />

que no eres capaz de adivinar quién! Te dejo decir cinco nombres... o diez, si aún<br />

quieres más ventaja. Nada, que no aciertas.<br />

Desbordando con su voluminosa y truculenta figura la recoleta estrechez del<br />

apartado, irrumpió el Comandante. Más barbudo que nunca, más estentóreo que<br />

nunca, más gigantesco y fanfarrón que nunca: es decir, como siempre. Después de la<br />

sorpresa inicial, seguro que te habrías reído al verle. No puedo decirte dónde se<br />

sentó, porque dio la impresión de sentarse en todas partes a la vez, sobre todo<br />

encima de las míseras criaturas que allí acompañábamos al Príncipe. En modo<br />

alguno pretendía humillarnos, claro. Su prepotencia ni siquiera es intencionada: eso<br />

resultaría a fin de cuentas lo mas humillante de todo, si por un momento uno<br />

cometiera el error de tomarle en serio. De inmediato proclamó con vozarrón de ogro<br />

las numerosas razones por las que se sabía indispensable para la misión que íbamos<br />

a acometer y de la que ninguno -y él menos que nadie- sabíamos absolutamente<br />

nada. Su autoalabanza incluyó un somero y hagiográfico repaso a su hoja de<br />

servicios a las órdenes del padre del Príncipe, de quien había sido -si fuésemos a<br />

creerle, lo que no es el caso- mano derecha, perro fiel, confidente y genio tutelar. Se<br />

emocionó tanto al recordar al patrón asesinado, pese a sus desvelos (y supongo que<br />

en parte por su torpeza), que hasta se le escaparon unas lágrimas de megaterio<br />

dolorido. Afortunadamente, el Príncipe logró atajar con firme discreción su torrente<br />

de efusiones y autobombo. Levantó la mano izquierda, como sabe hacer para<br />

detener las tormentas y pedir atención. La torrencial verbosidad del Comandante<br />

frenó de golpe, gracias a los dioses, como el toro que pega un topetazo contra la<br />

barrera y se queda medio atontado. Luego, empezó por fin a explicarnos la tarea<br />

para la que requería nuestra ayuda. La de todos nosotros, claro está.<br />

El asunto es en apariencia tan trivial que me desasosiega un poco. Es como<br />

uno de esos contratos demasiado ventajosos que uno siempre supone que deben de<br />

tener alguna trampa escondida entre los renglones de la letra pequeña. Por lo que<br />

sabemos -mejor dicho, por lo que no sabemos-, el ji<strong>net</strong>e perdido podría estar<br />

montando en cualquier hipódromo de provincias... o del ancho mundo. Si no me<br />

equivoco, no tiene ninguna obligación de decirle a nadie adónde se va a ir ni por<br />

qué. Ni siquiera tiene un agente que le organice las montas, como todos sus colegas:<br />

debe de ser el único de su gremio que carece de representante. Un tipo raro, todo se<br />

lo guisa y se lo come él solito. Cierto, no se ha presentado a un par de compromisos<br />

menores que tenía apalabrados, por lo que se ha ganado sin duda una buena multa.<br />

Pero es una informalidad que según parece ya había cometido antes más de una vez.<br />

Como cuando le da la gana de cumplir es hábil y competente, los entrenadores<br />

siguen contando con él a pesar de sus ocasionales groserías. ¡Ah, es un genio, es<br />

único!, comenta el Profesor con un suspiro de arrobo: todos los verdaderos artistas<br />

son caprichosos.<br />

No hay cosa que más me fastidie que este impostado romanticismo que rodea<br />

las carreras de caballos, según algunos cursis como el Profesor. En el fondo siguen<br />

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