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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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-Por favor, el seis ganador, cinco veces. Y la gemela seis-ocho, tres veces.<br />

También otras tres veces el seis con... con el cinco, con el cuatro y con el nueve. Y<br />

también...<br />

El hombre gordo comprobó cuidadosamente que le habían vendido las<br />

apuestas solicitadas. Después, satisfecho, se retiró de la ventanilla guardándose la<br />

cartera en el bolsillo del pantalón, mientras volvía a consultar el programa. Fue en<br />

ese momento cuando actuó el Pinzas, que aguardaba pacientemente tras él en la<br />

cola. Ninguna cámara de seguridad habría podido captar su gesto, oculto por la<br />

posición de su propio cuerpo. No, para ver el fugaz y elegante juego de manos<br />

hubiéramos necesitado a un observador de agudeza sobrenatural, quizá el Dios del<br />

obispo Berkeley o un vigía de rango semejante. Y sólo tan elevada como improbable<br />

criatura podría zanjar la duda básica que suscita este caso: ¿llegó a entrar realmente<br />

la cartera en el bolsillo, para ser extraída de allí con celeridad prodigiosa, o nunca<br />

alcanzó puerto sino que pasó de una mano a otra mientras una presión a la altura<br />

debida en la tela que cubre el muslo fingía en el bolsillo el peso que nunca fue? En<br />

cualquier caso la perplejidad resulta ya meramente bizantina porque lo que cuenta<br />

es el resultado técnico: el hombre gordo se fue sin la cartera y el Pinzas se anotó su<br />

primer tanto del día.<br />

Ya era hora, desde luego. Hasta ese momento, el Pinzas estaba francamente<br />

descontento de sí mismo. ¡Un sábado soleado, el hipódromo alegremente lleno de<br />

candidatos al expolio de la más variada condición y habían transcurrido ya dos<br />

carreras sin pescar absolutamente nada! No es que el Pinzas fuese apresurado ni<br />

ambicioso, tenía para eso demasiados años de práctica a sus espaldas. El primer<br />

mandamiento de su decálogo profesional ordenaba la paciencia por encima de todo.<br />

Siempre que lo había transgredido, acabó en comisaría. ¿Otros mandamientos? Fijar<br />

bien el objetivo y familiarizarse con él (hacerse su sombra, en la jerga del Pinzas,<br />

hasta el punto de que la cartera del prójimo vigilado llegase a parecerle suya incluso<br />

antes de apoderarse de ella); anticipar la ocasión favorable un minuto antes de que<br />

efectivamente se presentara, de tal modo que la mente iniciaba el gesto definitivo<br />

anticipándose con visión de futuro al instante de ponerlo en práctica; llegado el<br />

momento, actuar con decisión, sin vacilación ni enmienda, siempre una sola vez y no<br />

más; si el gesto fracasaba a la primera, renunciar de inmediato, nunca insistir,<br />

alejarse discretamente y buscar otro objetivo. Y aguardar, siempre aguardar: cuanto<br />

hiciese falta y hasta un poco más todavía.<br />

Pero incluso siguiendo estas sanas reglas de conducta -así reflexionaba el<br />

Pinzas, que siempre mostró inclinación por la consideración general, incluso<br />

filosófica, del empeño humano en este mundo hostil-, lo cierto es que solían<br />

detenerle a uno. Veamos: él se consideraba sin vanagloria ni falsa humildad entre la<br />

gama alta de su gremio. Pues, bueno, aun así lo normal era que le pillasen al menos<br />

una vez cada tres meses. Su récord, establecido precisamente el pasado año, estaba<br />

en doscientos quince días operativos sin interrupción legal. Una racha de suerte,<br />

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