LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
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de momento el atracador potencial intentase nada hasta alcanzar una zona menos<br />
poblada. Además, no parecía tener ninguna prisa y apenas acortaba la distancia que<br />
le separaba de su víctima. Por su parte ésta, aunque su paso fuese cualquier cosa<br />
menos seguro, de ningún modo daba la impresión de deambular al azar -tampoco en<br />
su trayectoria el azar tenía nada que ver-, sino que resultaba evidente que conocía su<br />
camino y sabía, por mucho que le enturbiasen el caletre las brumas del alcohol,<br />
adónde diablos iba. Yo me mantenía a distancia, incluso un poco más a distancia que<br />
antes, porque en esta calle mejor iluminada resultaba más difícil pasar desapercibido<br />
y por nada del mundo quería despertar las sospechas de mi sospechoso. Procuraba<br />
ahogar mis pasos, aunque oí perfectamente los de mis predecesores, incluso algún<br />
breve chapoteo cuando uno de ellos pisaba uno de los charcos de la reciente lluvia,<br />
que brillaban alquitranados bajo la luz de las farolas.<br />
Y de pronto, como si se lo hubiera tragado la tierra, Narciso Bello desapareció<br />
de mi vista. Reconozco que debía de estar yo algo más sugestionado de lo que creía<br />
por todo lo que contaban de él, ya que en un primer momento casi pensé... pues no,<br />
no sé bien lo que pensé y no voy a darte el gusto de comunicarte alguna de las<br />
confusas tonterías que me pasaron por el ánimo en ese instante. Pero me alegra<br />
poder decirte que duraron segundos y en seguida toda alusión mágica quedó<br />
descartada. El señor Bello no había echado a volar ni fue arrebatado por un carro de<br />
fuego providencial, sino que sencillamente acababa de meterse en una boca de<br />
aparcamiento, sin duda en busca de su vehículo previsoramente guardado algunos<br />
niveles más abajo. La reacción de su perseguidor -ahora ya no cabía duda alguna de<br />
que lo era- no se hizo esperar, porque aceleró de inmediato el paso con la inequívoca<br />
pretensión de seguirle en su descenso. Y yo casi eché a correr tras ellos dos, pero<br />
inmediatamente, asustado por el estruendo de mi presuroso pataleo, volví a<br />
recuperar a tiempo una marcha algo más rápida aunque menos escandalosa.<br />
Cuando llegué a la entrada del aparcamiento y empecé a descender por la<br />
escalera, ni uno ni otro estaban ya a la vista, como es lógico. Sin embargo me pareció<br />
oír sus pasos a lo lejos o, mejor dicho, a lo hondo. Comencé a bajar con<br />
determinación, sin preocuparme ya de que se advirtiera o no mi presencia. Y de<br />
pronto llegó hasta mí lo que había temido o quizá esperado escuchar: el ruido<br />
ahogado de una pelea, golpes, un conato de carrera y después un grito, un solo grito,<br />
de dolor y también en parte de sorpresa. Salté los escalones de dos en dos con tal<br />
apresuramiento que en una de las revueltas tropecé con fuerza en la plataforma y<br />
creí haberme torcido un tobillo. Abrí la puerta del primer nivel pero no era allí, no<br />
era allí. Bajo mis pies sonaba una especie de sordo gemido continuo y después un<br />
gruñido ronco, corrosivo, lleno de desprecio. Al abrir la puerta del segundo nivel fui<br />
derribado por un empujón brutal, que me hizo caer al suelo y de paso perder las<br />
gafas, uno de mis muchos puntos débiles. De inmediato un revoleo de piernas pasó<br />
sobre mí y alguien, sin duda el asaltante, emprendió a toda velocidad el ascenso por<br />
la escalera. Ni soñé con perseguirle. La persona que me interesaba estaba en el<br />
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