LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
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sus flancos. Afortunadamente estaba al otro lado de la verja, la cual quedaba así de<br />
lo más inapelablemente justificada. La expedición volvió a detenerse, cada uno en la<br />
postura en que le había sorprendido la visión de la fiera, como los niños que juegan a<br />
aproximarse por detrás a otro cuando éste se vuelve de repente para intentar<br />
descubrir y señalar el movimiento de alguno de ellos. Al fondo, más allá del primer<br />
león, divisaron a otro aún mayor que tumbado sobre una roca disfrutaba de los<br />
últimos y tibios rayos del sol de la tarde.<br />
-Algo de esto había oído -comentó pensativo el Príncipe-, pero supuse que<br />
sería una especie de leyenda motivada por el nombre de la isla...<br />
-¡Venga, coño, que no pasa nada! -zanjó animoso el Comandante-. Están en su<br />
jaula, como en el zoo. Mucho grrr, grrr... pero de ahí no pueden salir.<br />
-Por si acaso, será mejor no acercarse demasiado -aconsejó el Doctor-. Me<br />
parece que, en cambio, puede sacar la zarpa perfectamente por entre los barrotes...<br />
El Comandante refunfuñó un poco sobre lo impresionables que son ciertas<br />
personas y reemprendieron el ascenso. En efecto, la proximidad de la verja y de<br />
quienes aguardaban tras ella resultaba algo incómoda. Tanto más cuanto que el<br />
primer león los acompañaba a lo largo del camino, unas veces a su propio paso<br />
majestuoso y otras trotando como un enorme ternero melenudo. En alguna ocasión<br />
se les adelantaba y entonces se detenía y los esperaba, volviendo la cabeza, como el<br />
perro que precede a su amo en un plácido paseo. Si le arrojásemos un palo a lo lejos,<br />
quizá se molestase en ir a buscarlo, pensó el Profesor, y después le susurró al Doctor<br />
que tanta docilidad le daba mala espina. No, ciertamente no era lo mismo que ver a<br />
la gran bestia en el parque zoológico. Y mientras el otro que esperaba en retaguardia,<br />
haciéndose el adormilado... Los cuatro aventureros procuraban mantenerse lo más<br />
alejados posible de la cerca metálica. Pero cuando alguna vez éste o aquél daban un<br />
tropezón o un bandazo, el león se acercaba en seguida a olfatear y ronronear,<br />
mostrando una solicitud nada tranquilizadora. «Está pendiente de nosotros -rumió<br />
el Profesor-. Espera la ocasión.»<br />
Y lo más parecido a esa ocasión se presentó un poco más adelante. En ese<br />
punto, el sendero se angostaba hasta medir poco más de medio metro. Barranco en<br />
caída libre a un lado, jaula de fieras al otro... La verja estaba allí especialmente<br />
maltratada, vencida hacia fuera, como si hubiera soportado demasiados embates<br />
desde dentro y estuviese a punto de claudicar. Después el camino se ensanchaba de<br />
nuevo, incluso se apartaba decididamente en la subida de la verja, que a partir de<br />
entonces giraba hacia la izquierda. Pero durante casi dos metros el arriesgado viajero<br />
estaba indudablemente al alcance de las zarpas, a poco que el león se esforzase en<br />
alargar la pata entre los barrotes oxidados. De modo que a los expedicionarios se les<br />
presentaba una ordalía: la prueba del león. Volvieron a detenerse y esta vez se<br />
agruparon, considerando la situación. El corpulento felino también hizo un alto un<br />
poco más arriba, precisamente en la zona crítica: se volvió para mirarlos con sus ojos<br />
amarillos, y en su facha adusta -la boca semiabierta mostraba como por descuido los<br />
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