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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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Con pericia, el Príncipe condujo la lancha hasta una estrecha lengua de arena<br />

grisácea. Después de saltar a tierra, replegaron el motor y la arrastraron hasta<br />

ponerla a cubierto bajo la concavidad de una gran roca. A continuación hicieron un<br />

breve conciliábulo para consultar el plano y volver a orientarse.<br />

-En efecto, ésta tiene que ser la cala que buscábamos -confirmó el Príncipe-.<br />

De modo que podemos subir por ahí, a la derecha. El sendero de montaña debe<br />

empezar más o menos a doscientos metros...<br />

Se pusieron en marcha y, tras unos breves tanteos que los obligaron a<br />

dispersarse para cubrir más terreno, el Comandante volvió a ser el afortunado que<br />

lanzó un ¡eureka! Allí comenzaba una trocha de tierra y pedregullo, bastante<br />

empinada pero perfectamente inequívoca y practicable. El ascenso se inició<br />

guardando una improvisada pero no demasiado rígida formación de la tropa: a la<br />

cabeza el Comandante, que en esta ocasión prefería abstenerse de sus habituales<br />

tonadas aunque en ciertos momentos no podía contener algún suave y estimulante<br />

silbido armónico; detrás el Príncipe y cerrando la marcha casi a la par el Doctor y el<br />

Profesor, que se echaban de vez en cuando una mano en los puntos más empinados<br />

del escabroso recorrido. Avanzaron durante más de veinte minutos, que se les<br />

hicieron largos. En un punto donde el pedregullo llegó a ser especialmente<br />

resbaladizo, el Comandante se dio una monumental costalada. Inmediatamente se<br />

levantó, reanimándose con una retahíla de blasfemias de sorprendente variedad e<br />

inventiva. Después advirtió a los demás, poniendo una voz de experto algo<br />

cavernosa por la sordina: «¡Cuidado aquí, que resbala!» El Doctor y el Profesor<br />

intercambiaron una rápida mirada de complicidad maliciosa, aguantándose la risa.<br />

-Es curioso -comentó, casi para sí mismo, el Príncipe- que no haya cabras. No<br />

sé dónde se habrán metido las cabras.<br />

¿Las cabras? ¿Qué cabras? El Doctor se interesó por el asunto, siempre<br />

enciclopédico. Lo normal, según explicó el Príncipe, es que por esos cómodos riscos<br />

nunca faltaran cabras domésticas. Pero no se veía ni se oía a ninguna, ausencia<br />

completa de esquilas y berridos, ni tampoco sus características bolitas de excremento<br />

adornaban el camino -propiamente caprino- que seguían. El Profesor inició un<br />

forzado chiste sobre que quizá habían sido devoradas por las medusas. Y en ese<br />

momento, precisamente entonces, oyeron rugir por primera vez al león. Todos se<br />

detuvieron a la vez, sin necesidad de que nadie diese la señal de alto. El Príncipe<br />

levantó en silencio la mano derecha, como pidiendo atención. Después, sin<br />

comentarios, reanudaron la marcha: un poco más despacio, sin duda, y ya no por<br />

culpa de lo empinado del terreno.<br />

Desde hacía un rato el sendero se había hecho más estrecho, entre el<br />

escarpado risco que se precipitaba casi a pico a la derecha y una verja de hierro, algo<br />

herrumbrosa pero aún sólida, que los acompañaba a la izquierda subiendo junto al<br />

caminillo. Tras superar otro repecho apareció ante ellos el león, la cabeza alta,<br />

inmóvil como una estatua heráldica salvo por el rabo que azotaba perezosamente<br />

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