LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
-¡Venga, Profe, arriba ese ánimo! -vociferaba jubiloso el Comandante-. No irás<br />
a decirme que tienes canguelo...<br />
-Si no me lo preguntas, me ahorrarás una confesión vergonzosa.<br />
-Oye, que siempre te he tenido por un tipo bastante bragado aunque seas un<br />
poquito... así. Pero seguro que de niño fuiste miedoso, ¿a que sí? No te avergüences,<br />
yo mismo, aquí donde me ves, era cobardica a los seis o siete años. Y seguro que no<br />
adivinas lo que más miedo me daba.<br />
-La bomba atómica.<br />
-Je, je, no, eso no. Me aterraban las escaleras mecánicas en el metro o en los<br />
grandes almacenes. ¡Imagínate! Acababa de llegar del pueblo con mi madre y allí no<br />
había nada de eso: ni metro, ni grandes almacenes ni escaleras mecánicas. Mi madre<br />
me llevaba con ella a comprar y a cada paso había que subir o bajar (¡bajar era<br />
mucho peor!) por una de esas escaleras. Yo no quería montarme en esa cosa<br />
traqueteante, estaba seguro de que me tragaría el pie por alguna de sus rendijas.<br />
¡Nam, ñam! Me quedaba clavado al borde del abismo, llorando a todo llorar,<br />
mientras mi pobre madre subía y bajaba cuarenta veces para demostrarme que no<br />
había peligro. Pero sí que había peligro. Una vez, después de haberme decidido a<br />
viajar arriba y abajo por ellas, pisé mal y me caí de culo. ¡Malditos chismes!<br />
En ese momento aparecieron tres tipos en el foco de luz de los faros, frente a<br />
nosotros. Greñudos, atezados, con indumentarias inclasificables y flotantes de<br />
mísero salvajismo. Uno de ellos enarbolaba una barra de hierro y otro nos lanzó un<br />
cascote, que rebotó en el parabrisas dejando una estría en el grueso vidrio. Saltaban<br />
como orangutanes, pero se los veía poco seguros sobre sus pies, debían de estar<br />
borrachos o colocados con cualquier otro tóxico. Sin vacilar, profiriendo una especie<br />
de grito de guerra, el Comandante pisó el acelerador y se abalanzó sobre ellos a toda<br />
marcha como una máquina segadora a través de la futura cosecha. Se apartaron a<br />
toda prisa, maldiciendo, y uno rodó por el suelo y se perdió en la cu<strong>net</strong>a, aunque no<br />
creo que nuestra embestida le alcanzase. Algo metálico golpeó de refilón en la<br />
trasera del coche, sin mayores consecuencias. Varios espantajos, a uno y otro lado de<br />
la calzada, alzaban los brazos y chillaban roncamente aunque ni siquiera sé si<br />
lanzaban insultos o vítores.<br />
El Comandante disfrutaba de lo lindo, no había más que verle. Sonreía de<br />
modo lobuno y canturreaba entre dientes un himno exterminador que me era<br />
desconocido: «¡A por ellos... chimpún, a por ellos... oé, oé!» Luego, pasado<br />
momentáneamente el peligro, reanudó la conversación como si nada.<br />
-Bueno, ahora te toca a ti. Ya te he contado mi vergüenza secreta, el pánico<br />
que les tuve a las escaleras mecánicas. ¿Qué es lo que te daba miedo a ti cuando eras<br />
pequeño?<br />
-A mí me asustaban los perros. -Me puse a hablar a toda prisa y con superflua<br />
elocuencia, para calmar mi devastador nerviosismo-. La verdad es que nunca los he<br />
96