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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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dificultad de la empresa sino de acuerdo con la prontitud con que se cumplen sus<br />

deseos. El asunto es banal, encontrar a un jockey que ni siquiera sabemos si se ha<br />

perdido y asegurarnos de que podrá montar a cierto caballo en cierta carrera. Como<br />

no me interesan nada los asuntos hípicos, poca información puedo darte ni sobre<br />

aquél, ni sobre ése ni sobre ésta. Supongo que el trasfondo del asunto es la pugna<br />

interminable del Dueño con el Sultán: choque de plutócratas o, mejor, desafío al<br />

amanecer entre la vanidad millonaria de dos insignes indeseables. El uno quiere<br />

humillar al otro, derrotando a sus caballos, como si los corceles propiedad de un<br />

hombre representaran su dignidad o lo intangible de su persona. ¡En qué miserables<br />

absurdos llega a creer la gente que carece de la paciencia de conocer y de la<br />

humildad de amar! A mí desde luego me da igual, lo que quiero es tener un<br />

proyecto compartido y poder acompañar al Príncipe en cualquier tarea que -por<br />

venir de su voluntad- me haga sentir significativamente vivo. Voy a conectar mi<br />

anemia a su chorro de energía... De modo que ya me he puesto a sus órdenes otra<br />

vez. Por favor, mi Lucía, no me mires con reproche.<br />

El Príncipe me llamó a capítulo el otro día. Lugar de reunión, nuestro habitual<br />

apartado en Las Tres Calaveras, que yo no pisaba desde... ya sabes, desde lo tuyo. Al<br />

entrar me encontré con el Profesor, tan peripuesto y retórico como de costumbre. No<br />

es mala persona, en el fondo, pero no aguanto sus tiquismiquis de huerfanita<br />

perdida en la selva. Por favor, admito que un hombre puede llorar en público, pero<br />

no hacer pucheros. ¡Y cómo mira al Príncipe! A su edad, porque no es ningún<br />

adolescente, ya hay que tener un poco de contención y de pudorosa ironía. A nadie<br />

se le puede reprochar conservar intacto el deseo, porque eso no depende de nosotros<br />

(más bien yo diría que nosotros dependemos de ello), pero la exhibición<br />

desordenada del apetito debe tener fecha de caducidad. De modo que el Profesor me<br />

irrita con su demasiado visible y arrebatada languidez en cuanto se avecina a<br />

nuestro jefe, aunque en el fondo le entiendo demasiado bien. En mi relación contigo<br />

aprendí que el verdadero apasionamiento no es fruto hormonal de la juventud, sino<br />

que llega con los años y los desengaños. La juventud es época de ilusiones, no de<br />

pasiones: la pasión es el castigo y la ardiente conquista de la madurez, incluso de la<br />

senilidad.<br />

Pero bueno, allá estaba el Profesor, tropezando en sus prisas por sentarse en el<br />

reservado junto al Príncipe, como si pensara en la posibilidad de acariciarle la rodilla<br />

por debajo de la mesa... lo que podría de hecho costarle la vida. Yo me acomodé<br />

frente a ellos, mostrando una compostura un puntito irónica. Estoy a su disposición<br />

pero no quiero entregarme por entero a su servicio. Pedimos las bebidas -whisky el<br />

Príncipe y yo (el mío bien aguado, descuida), el Profesor su coca light de alcohólico<br />

reformado- y me dispuse a escuchar los detalles del encargo que nuestro jefe iba a<br />

hacernos. Pero pasaban los minutos y sólo nos entretenía con rememoraciones de<br />

aventuras antiguas, amablemente idealizadas y preguntas no menos corteses y<br />

superfluas acerca de cómo nos trataba la vida. Francamente, logró impacientarme.<br />

De vez en cuando miraba discretamente el reloj, de modo que no hacía falta ser un<br />

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