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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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odillas la palabra mágica que no se dice en vano, al menos en el caso de Espíritu<br />

Gentil. Llegaron las mejores victorias y sobre todo dos Derbies fabulosos -el de<br />

Epsom y el del Curragh-, que ningún testigo hubiera querido perderse ni aceptaría<br />

resignarse a olvidar. Wallace atesoraba la memoria de esa época como una especie<br />

de vida dentro de la vida, algo juntamente irreal y más auténtico que cualquier<br />

realismo rutinario. A cualquier hora se sorprendía tarareando y diciéndose: «¡Vale la<br />

pena, vale la pena!»<br />

Todo parecía ir bien en esa trayectoria triunfal hasta que ocurrió lo más trivial<br />

y lo más inoportuno. Una infracción de gravedad mediana determinó que los<br />

comisarios del hipódromo (que nunca le mostraron demasiado aprecio,<br />

correspondiendo al evidente menosprecio espontáneamente altanero del interesado)<br />

pusieran a pie durante tres semanas a Kinane. Y se daba la circunstancia de que<br />

dentro de esas semanas en que no podía montar iba a tener lugar la Gran Copa. De<br />

modo que el Dueño requirió los servicios de uno de los más célebres y sobre todo de<br />

los más caros ji<strong>net</strong>es de Estados Unidos para pilotar a Espíritu Gentil. Bien: para<br />

decirlo en pocas palabras, el sustituto no logró hacerse con la autoridad tranquila del<br />

ji<strong>net</strong>e aplazado. Durante la Copa, Espíritu Gentil no corrió mal ni tampoco bien sino<br />

sólo como le dio la realísima gana. Finalmente tuvo que contentarse con la tercera<br />

plaza, después de luchar más tiempo con el acalorado yanqui que con sus<br />

adversarios y haber derrochado mayores energías en la pista para perder que las<br />

invertidas en todos sus triunfos anteriores. O sea, un desastre.<br />

Y ahora, con la Copa a un mes escaso, no había noticias de Kinane. Quizá<br />

apareciese a tiempo, pero quizá no. Dijera lo que dijese el Dueño -que sin duda<br />

tendría la última palabra, malhaya sea-, Wallace debía ir preparando por si acaso<br />

una alternativa. Desde luego, el primer descartado era el americano que tanto cobró<br />

por lucirse tan poco el año anterior: «¡Cualquiera menos el texano! ¡El texano, ni<br />

hablar! », gruñía Wallace lleno de un resentimiento quizá algo injusto. Mientras se<br />

afeitaba esa mañana, el entrenador volvía a darle una y mil veces vueltas al asunto.<br />

Luego se palmeó la cara con una loción ligeramente perfumada y se peinó<br />

cuidadosamente sus escasos cabellos, como si no fuese a calarse la gorra dentro de<br />

pocos minutos. Wallace siempre se presentaba impecable a los entrenamientos: no<br />

porque tuviesen lugar a las seis de la mañana se consentía el mínimo desaliño en la<br />

indumentaria ni en su cuidado personal. Siempre exigió el mismo perfeccionismo a<br />

toda la gente que empleaba, sobre todo en la presentación y puesta a punto de los<br />

caballos que sacaba a la pista. «Todo guarda relación: quien es abandonado para una<br />

cosa, pronto lo será para las demás», tal era su principio más querido y repetido.<br />

Desde que le diagnosticaron la enfermedad había multiplicado aún más esta<br />

vigilancia de su aspecto, consciente de los estragos que descarnaban su rostro y<br />

embotaban su ánimo. Ni siquiera moribundo quería parecer un borracho que regresa<br />

de farra o un pordiosero.<br />

La mañana era muy fresquita, aunque a esas horas casi todas lo parecen. Por<br />

fortuna Wallace no tenía que hacer cada día un desplazamiento demasiado largo,<br />

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