LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
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La travesía duró escasamente tres horas y transcurrió en la bella serenidad<br />
luminosa propia de un mar hasta cuyo simple nombre resulta entrañable y<br />
humanista. Cuando llegaron a Leonera apenas comenzaba la tarde. Atracaron frente<br />
a un rosario de villas y bloques de apartamentos con envidiables terrazas, entre<br />
embarcaciones cuyo diseño iba desde el ancestral y elegantísimo minimalismo de los<br />
llaüts característicos de esas islas hasta semitrasatlánticos privados de imponente<br />
eslora, que pertenecerían sin duda a mafiosos del Este o del Oeste, pero siempre<br />
mafiosos. El Príncipe transmitió sus instrucciones al tripulante, repitiéndolas un par<br />
de veces y haciéndoselas repetir a él para asegurarse de que las había comprendido<br />
correctamente: si en cinco horas no había recibido noticias suyas por el móvil, debía<br />
telefonear a cierto número que le pasó anotado en un papelito. Después, en todo<br />
caso, tendría que esperar allí hasta las diez horas del día siguiente. Luego podría<br />
volver a Palma y olvidarse de todo el asunto. Aunque lo más probable es que se<br />
reunieran de nuevo sin novedad dentro de un rato... Y le obsequió con una de sus<br />
gratas y cálidas sonrisas de compañerismo.<br />
Abordaron la zodiac con desigual soltura: el Doctor y el Príncipe sin<br />
problemas, el Comandante como si la tomase al abordaje (estuvieron a punto de<br />
zozobrar bajo su vehemente acometida) y el Profesor con tan indecisa cautela que -<br />
tras tratar de agarrarse al brazo solícito del Doctor- no acabó yéndose al agua de<br />
puro milagro. El Príncipe se sentó a popa y empuñó la barra del timón, tras encender<br />
el motor fueraborda casi al primer intento: evidentemente no era la primera vez que<br />
navegaba en semejante tipo de lancha. Petardeando y saltando de plano sobre la<br />
superficie, comenzaron a recorrer la línea costera. El Comandante, muy erguido en<br />
la proa, asestaba sus prismáticos hacia tierra con cierta grandilocuencia de almirante<br />
frustrado. De pronto señaló un punto y gritó: «¡Allí está!», como quien da la voz<br />
canónica de «¡Por allí resopla... !». La orilla se replegaba en ese punto formando una<br />
cala pedregosa, cuyas aguas sumamente trasparentes estaban tachonadas de<br />
innumerables medusas. El Doctor se las señaló al Profesor, mientras la zodiac<br />
pe<strong>net</strong>raba al ralentí buscando el mejor lugar de desembarco:<br />
-¿Ves? Están acabando con todos los atunes del Mediterráneo...<br />
-¿Qué? ¿Las medusas se comen a los atunes?<br />
-No, hombre, qué cosas tienes. Es la pesca incontrolada la que extermina a los<br />
atunes. Y como son los atunes quienes devoran a las crías de las medusas, pues ya<br />
ves, cada vez hay más. Se rompe el equilibrio ecológico, ¿comprendes? Dentro de<br />
poco no habrá quien se bañe en estas playas...<br />
-Bueno, de todas formas a mí no me gusta bañarme aquí. El agua está<br />
demasiado caliente...<br />
-Vaya, pues entonces no he dicho nada -gruñó indignado el Doctor, mientras<br />
se ajustaba por enésima vez las gafas en la nariz-. Si al señor no le gusta bañarse,<br />
¡vivan las medusas!<br />
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