LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net
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-¡Ah, musulmán! -En la voz del Sultán se combinaron la curiosidad y la<br />
repugnancia, como si hubiera dicho «leproso». Por primera vez su mirada fría y<br />
desconfiada escrutó de veras a Abdulá.<br />
Con una de sus muecas melifluas, el fotógrafo se excusó y pidió venia para<br />
salir un momento. No, je, je, nada de apostar, sólo necesitaba ir al water. En realidad,<br />
su propósito era examinar los alrededores para ver cuál podría ser la vía de escape<br />
tras la ejecución. Abdulá no se hacía ilusiones: suponía los efectos devastadores del<br />
Arma que llevaba escondida -aquí, está aquí, la palpo, la noto- y por tanto estaba<br />
convencido de que sus probabilidades de salir con vida tras utilizarla eran mínimas.<br />
Casi nulas, en verdad. Asumía ese riesgo y el mas que probable sacrificio con<br />
militante alacridad. Si debía morir, moriría sin titubear: ¡hágase la voluntad de Alá!<br />
Pero quizá los designios del Más Alto no fueran ésos; es posible que prefiriese<br />
resguardarlo entonces del despedazamiento mortal a fin de que cumpliera más tarde<br />
otras misiones. En tal caso, su obligación sería tratar de huir y ponerse a salvo para<br />
seguir siendo útil a la comunidad de los verdaderos creyentes. Y con tal fin debía<br />
intentar conocer las posibles escapatorias. Confiaba sobre todo en el universal<br />
desconcierto y general destrozo que produciría la explosión: si sobrevivía, la<br />
confusión sería su mejor aliada para huir. No por cobardía ni por culpable prudencia<br />
humana, sino por sumisión a los inescrutables designios del Altísimo.<br />
Cuando salió del antepalco al pasillo, se encontró con los irremediables<br />
forzudos que vigilaban la puerta. Y también se dio casi de bruces con el cabecilla de<br />
los guardias, el que le había resultado vagamente conocido antes, al llegar, cuando le<br />
vio de espaldas. ¡Y tanto que le conocía! Era ni más ni menos que Jimmy Giú.<br />
¿Cuánto tiempo habría pasado desde que se encontraron por última vez? ¿Cinco,<br />
seis años? Más bien siete. Lo cual no fue óbice para que le reconociera al instante, lo<br />
mismo que Jimmy a él:<br />
-¡Chino! Pero si eres tú... ¿Qué coño haces aquí?<br />
Abdulá se estremeció al oírle: con alarma, con rabia y -para su sorpresa- con<br />
un átomo de nostalgia. Como todos los seres humanos, Abdulá era siempre uno y el<br />
mismo pero también había sido muchos. Al nacer, hace cuarenta y tantos años, se<br />
llamó Cipriano Gómez, un niño y después un adolescente de clase media, hijo único<br />
de viuda, cubierto de mimos y de insatisfacciones, acomplejado, quejica aunque con<br />
todo bastante feliz. Más tarde, ya en la universidad, adoptó con bastante docilidad la<br />
necesidad de la rebelión y formó parte de grupos radicales, con cuyos líderes se<br />
identificaba apasionadamente cierto tiempo para luego cuestionarlos más y más a<br />
fondo, hasta el rechazo definitivo. El padre, el padre perdido, el padre desconocido,<br />
el padre aborrecido y necesario, nunca volvía para quedarse... Tras un breve y<br />
desorientado vacío, se sentía atormentado por el «mono» de ortodoxia sublevatoria -<br />
era también como una droga para él, en seguida padecía los síntomas desolados de<br />
su dependencia- y buscaba otro grupo antisistema. ¡Ah, el Sistema! Ahí estaba el<br />
mal, en el Sistema o, mejor, en todos los sistemas que nos oprimen: el sistema<br />
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