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LA HERMANDAD DE LA BUENA SUERTE - Wikiblues.net

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derecho? El mundo no tiene un libro de condolencias ni tampoco de reclamaciones.<br />

Además... ¿de qué te quejas? Eres un afortunado llorón, un privilegiado<br />

tiquismiquis. La princesa a la que incomoda el bulto del guisante bajo diez colchones<br />

de plumas. No insistas, no me das pena: sólo me das grima.» Es inútil tratar de<br />

aclararle que mi llanto no es el de la víctima, que ni mucho menos tengo<br />

pretensiones reivindicativas, al contrario: lloro para demostrar que comprendo, lloro<br />

para asentir y confirmar, lloro por el honor vencido del fuerte que cae y del débil que<br />

no puede o al que no dejan levantarse, lloro por casi todos y por todo, para<br />

demostrar que los acompaño en el sentimiento.<br />

Y de mis sueños, más vale que no le hable. Ni en sueños acepta el Doctor los<br />

sueños. Literalmente: hace poco, confidencial pero a la vez siniestramente ufano, me<br />

declaró que él ya nunca sueña. Y que si por un descuido se le cuela en la negra nada<br />

de la noche un ramalazo de imágenes, inmediatamente lo proscribe, lo tacha, lo<br />

borra, lo machaca. Sobre todo, lo olvida. «Olvídate de José y de la mujer de Putifar,<br />

nunca le creas a Freud. Los sueños -me explica, cuando está en vena didáctica- no<br />

profetizan nada, no advierten nada y no significan absolutamente nada.» En eso,<br />

precisamente en eso y probablemente nada más que en eso se parecen a la vida,<br />

pienso yo (sin decírselo, sin defenderme). Ningún sueño revela el sentido secreto de<br />

la vida, sino un secreto mucho mayor, que la vida carece de sentido. Y que tanto da<br />

soñar como vivir: alguien me habló de una tribu perdida de Oceanía -pero nunca<br />

faltan tribus así en las discusiones de madrugada y los antropólogos son tan<br />

inventivos... que concede mayor realidad e importancia vital a lo soñado que a la<br />

vigilia. Esta última es para ellos como un deambular incierto entre la bruma,<br />

mientras que los sueños tienen una urgencia nítida y atroz. Se regocijan con sus<br />

triunfos soñados y se vengan refinadamente de las injurias que se les infieren<br />

cuando sueñan. Pertenezco a esa tribu, cuyo nombre no conozco y que<br />

probablemente no existe.<br />

No hay que perder ni un minuto con los sueños, me reconviene el Doctor. Y<br />

sospecha que para mí todo son sueños o casi sueños. Por ejemplo, esas tarjetas de<br />

Kinane encontradas por nuestro nuevo amigo, el carterista, gracias a sus métodos<br />

non sanctos. A mí me parecen algo prometedor, indicativo, no sé. ¡Ensoñaciones!<br />

Tajante, el Doctor descarta que tengan el mínimo interés: según él, lo más probable<br />

es que sean reclamos de una casa de mala reputación. Con tino cruel, decide que sólo<br />

me parecen significativas porque no hemos encontrado nada mas en todo un día de<br />

búsqueda. «Y, naturalmente, estás ansioso por llevarle algo sustancioso a él, un<br />

hueso con un poco de tocino para agradar al león... » Es verdad, quiero por encima<br />

de todas las cosas que el Príncipe me apruebe y me sonría. Pero además estoy<br />

convencido de que esas pequeñas cartulinas constituyen una pista y digo más: no<br />

sólo una pista para encontrar a Pat Kinane sino también para saber por qué ha<br />

desaparecido. El Doctor me mira con un poco de lástima, sin agresividad: «¡Venga<br />

ya! ¿Vas a decirme que tienes un pálpito, una intuición o quizá una revelación<br />

semiprofética? A lo mejor va a resultar que eres el nieto perdido y hallado en el<br />

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